Marcos Rivandeneira S.

Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2014



La rubia linda y el maricón de mierda


       Perdón porque la educación que damos a nuestros hijos es la misma limitada, sarcástica, machista y abusiva que recibió nuestra generación en escuelas y en las casas. La burla del feo, del cuatrojos, del narizón, del enano, del maricón de mierda, del gordo asqueroso, de la puta, de la fácil, de la reinita, de la rubia linda, del longo sucio, de la negra del montón, del matón, del loco y del comunista o capitalista solapado que habitan en esta sociedad mediocre en donde estamos acostumbrados a encasillar y despreciar.

         Perdón porque inevitablemente volveremos a idiotizarnos con la monotonía en busca dinero para pagar deudas, de obnubilarnos con la televisión y el fútbol y porque inevitablemente seguiremos haciendo el amor sin amor.

         Perdón por este mundo que dejamos medio gastado, bastante desteñido, superpoblado y desértico, sin importarnos si desaparece o no alguna u otra especie.

         Perdón por los animales atropellados, por los gatos que se van de casa a morir en otros tejados, por los perros arrumados en los bordes de las avenidas muertos con las patas arriba y el vientre destrozado.

         Perdón por el ganado que debemos faenar para satisfacer los deseos sibaritas y no haber podido evolucionar y superar el animal carnívoro, depredador y asesino que llevamos dentro.

         Perdón por las clínicas fanáticas que curan la homosexualidad, perdón por los neonazis asesinos y por todos los extremistas, que no son lo suficientemente tolerantes con el prójimo.

         Perdón por haber creado la palabra y el concepto de “normal”, que es una aberración discriminatoria.

         Perdón por las farmacéuticas abusivas, insensibles, incorregibles  por la producción de armas que buscan producir guerras entre los pueblos para enriquecerse con su venta, someter a los débiles y aprovecharse de sus recursos, por las fábricas de cosméticos que nos venden ilusiones.

         Perdón por los 24.000 seres humanos que mueren de hambre y desnutrición cada día, perdón por los 18.000 niños que no tuvieron ninguna posibilidad de darse cuenta que estaban dentro de esta estadística.

         Perdón por los niños que mueren de sida. Mientras el mundo se consuela en oraciones y peticiones a un Dios creado a nuestra imagen y semejanza: sexista, opresor y homofóbico.

         Perdón por pasarnos la vida preocupados por los centros comerciales, los escaparates con maniquíes de curvas perfectas, de la tarjeta de crédito, de la cédula de identidad, del pasaporte y la visa a los Estado Unidos. Por el cansancio diario, que no nos permite abrazar a los hijos antes de hipnotizarnos con la televisión, el internet o los juegos de video.

         Perdón por las comidas congeladas, por la chatarra grasienta, por los infartos consecuentes.

         Perdón por los abortos permanentes, las clínicas ilegales, los procedimientos inmorales, las mentiras autorizadas para el bienestar social.

         Perdón por el desamor, deshumanización permanente, por los sicarios, por los relegados que son empujados a convertirse en ladrones, criminales y abusadores. Perdón por esta sociedad reproductora de criminales.

         Perdón por los árboles talados, por la deforestación, por la erosión del planeta. Por las casas de madera, por la leña, los hermosos muebles, los embalajes para transporte y las fábricas de papel. 

         Perdón porque hemos matado a los visionarios, los hemos crucificado, perseguido en la selva boliviana, asesinados en el Edificio Dakota o bombardeado en la Casa de la Moneda o en cualquier otro lugar donde se genere conciencia social.

         Perdón por este texto que abre los ojos, indispone, molesta y no cambiará nada en nuestras vidas. 



John P. Solís / Milagro



Yo tuve entre mis manos el frágil milagro de sus ojos de cristal,
tuve en una mirada la eternidad del cosmos y todas las coincidencias
del amor que llega una sola vez…

Me cubrí con el manto de luz de su cuerpo,
bebí su esencia de gaviota,
volé con sus alas..

Sus caricias fueron la estampida de luceros
que desaté de mi cueva de siglos y fracasos.

Fui dueño del tiempo y amainó el dolor,
en esa noche esperada por todas las noches,
en ese minuto esperado por todos los minutos.

En el efímero laberinto de sus labios,
en el segundo de su roce, comprobé la existencia del amor
que llega una sola una vez… y se va.