Es válido el silencio, la manera en que hilvana la idea para hacerla materia
indeleble, para fundar la palabra irreparable, el milagro y el daño. El
silencio que antecede al poema como el aura en que toda obra de arte se
involucra es la puerta que abre el camino al trabajo literario y poético. Sin
embargo, del otro lado del oficio como escritores de poesía, hacia dónde va
dirigido el texto, ¿existe un público para la lectura de poesía en el Ecuador?,
¿o es un público callado, temeroso de la inutilidad que el poeta pueda darle
generosamente? En este sentido el silencio es peligroso, atentatorio, incluso
cuando se ha perdido toda esperanza en la poesía. Entonces es preciso romper el
hielo e involucrarse con los discursos que actualmente se difunden, los que no
necesariamente conforman una “generación literaria” en el sentido exacto de la
expresión (no existe una ideología determinada ni un estilo marcado que la
identifiquen como tal), pero permiten visibilizar la escena en voces
prometedoras que, a medida que dan apertura a nuevos espacios, crean desde las
particularidades de lo cotidiano, desde sus necesidades inmediatas con el fin
de ser leídos o escuchados.
Las
generaciones literarias han sido marcadas por diversos acontecimientos
históricos que definieron una línea de creación determinada, dirigida hacia el
ámbito político con un constante ánimo de aversión por los gobiernos de turno y
las continuos abusos de poder, como en España la Generación del 98, cuyos
miembros se vieron afectados por la guerra con Estados Unidos; posteriormente
en homenaje y culto a Luis de Góngora por los cien años de su nacimiento en
1927, un grupo de importantes intelectuales de diferentes ramas artísticas
proclama la Generación del 27, afectada a su vez por la Guerra Civil Española,
en la que desaparecieron importantes bardos como Federico García Lorca y Rafael
Sánchez Masas entre otros. Grupos que desde las vanguardias estéticas marcaron
un espíritu de época.
En
América Latina se consolidaron importantes movimientos que, desde una
militancia política y artística, trascendieron fronteras. Tal fue el caso de
los nadaístas en la década del sesenta comandados por Gonzalo Arango, con la
consigna de derribar todo establishment en nombre de la justicia social y del
arte en Colombia, reivindicando desde su manifiesto el papel del artista como
ser humano, bajándolo de su torre de marfil y rompiendo así con la antigua
concepción romántica: “Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es un
hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los
demás seres humanos”(1). Se valieron de diferentes estrategias de circulación
para ser escuchados, intervenciones en espacios privados, performances, incluso
bombas y panfletos, porque desde una convicción estética todo debía ser negado,
menos la necesidad de decir el poema, poemas desgarradores como un último de
Darío Lemos, fiel al nadaísmo que reza: “Muero de feliz. Adiós cárcel. Estoy
preparado. Me voy a vivir con Gonzalo y con María de las Estrellas al lado de
Dios que es la última posibilidad”.
La
poesía de las dos primeras décadas del siglo XX en Ecuador estuvo influenciada
por el malditismo francés, siendo Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine,
poetas cumbres y paradigmas de los jóvenes vates ecuatorianos que acabaron su
vida trágicamente y a quienes Raúl Andrade en uno de sus ensayos denominó
“generación decapitada”. Los postulados de la generación decapitada circundaban
siempre la muerte y los tan ansiados paraísos artificiales que fueron
experimentados por la afición a los sagrados alucinógenos de oriente. En las
décadas posteriores, el posmodernismo poético se caracterizó por el desarraigo,
la escritura desde afuera por su relación melancólica con la tierra, que habría
de convertirse en un tema recurrente de los poetas que se ubicaron entre las
décadas de los treinta y los cincuenta. Su más alto exponente fue César Dávila
Andrade, el ‘Fakir’, quien miró desde lejos, antes de su suicidio en Caracas,
cómo su nombre trascendió. Ya en Venezuela, por fin su carrera se consolidó y
su poesía de sustancia metafísica, como su inolvidable Espacio me has vencido,
circuló:
Espacio, me has
vencido. Muero en tu inmensa vida.
En ti muere mi canto,
para que en todos cante.
Espacio, me has
vencido...
Posteriormente
y alrededor de importantes relatos históricos se formaron grupos —en Quito,
Guayaquil y Cuenca— con una militancia política e ideas de izquierda, sin
muchos años de distancia a la Revolución Cubana, que trabajaron desde diversos
lenguajes —pero sobre todo el poético— la relevancia de lo cotidiano hacia la
consecución de la igualdad: en la capital, la Bufanda del Sol o los Tzántzicos
—que desde el café 77 daban forma a sus ideas—, y en Guayaquil el grupo taller
Sicoseo, cuyos integrantes trabajaron con el lenguaje cotidiano y convirtieron
al puerto en un lugar utópico. Para escribir Fernando Nieto (poeta que
inmortalizó al Guayaquil de los setenta) años más tarde desde México: “Nostalgizo
una ciudad que ya no existe”. Por aquel entonces la casa de la cultura fue
importante gestora de sus obras.
La
postura política, sucesos históricos que transmitían la idea del hombre nuevo,
el ideal de una Latinoamérica unida entre otras situaciones y transiciones
sociales-culturales, así como el lenguaje de lo cotidiano y marginal trazaron
importantes líneas discursivas que unificaron un corpus literario parecido con
importantes rasgos de identidad. En cada década del siglo XX
se
pueden identificar temas parecidos o recurrentes desde una sólida postura
política hasta una conciencia de la tierra, de lo urbano e incluso de lo
místico. Al fin y al cabo todo se unificaba, pudiendo así acuñárseles el
término de “generaciones literarias”.
El
advenimiento de la posmodernidad, como el fin de la historia, en términos de
Lyotard(2), supuso una disgregación de discursos a escala global, que iban a
reincidir en una creación literaria de la dispersión. Temas variados,
pluralidades en el ámbito social, reivindicaciones de los derechos de las
minorías, la abrupta ruptura de las fronteras comunicacionales, las redes
sociales y las plataformas virtuales contribuyeron para que se escriba desde lo
variopinto. En el sentido de edades, lo generacional permanece vigente, mas no
en el sentido amplio de lo literario.
Cambia el siglo, cambian las formas
En
Ecuador, la poesía finisecular y la del primer cuarto de este nuevo siglo
fueron moldeables a los cambios. En la actualidad existe una difusión que recae
en los grupos y públicos minoritarios que la consumen. Se escribe, se publica
individualmente, se crean nuevos soportes, se reedita, se da cabida a voces ya
consagradas y a nuevas mediante editoriales alternativas que tuvieron y tienen
gran realce entre las editoriales independientes. El ser humano actual,
desprovisto del contacto humano real, accede a formas de comunicación que
atienden a las exigencias del tiempo y de la velocidad. El poeta contagiado del
ritmo vertiginoso de las sociedades posmodernas ha de escrutar en el pasado
para verse más solo entre sus pertenencias ante un mundo masificado.
La
escena poética a inicios de 2000 recae en las publicaciones de autor y de
colectivos culturales, como fue el caso de Machete Rabioso en Quito que, entre
2005 y 2006, publicó laboriosos libros de poesía (editados por Carlos Vallejo)
con destacados poetas como Walter Jimbo, Enver Carrillo, Marcelo Villa,
Christian Arteaga, Fernando Escobar y Raúl Arias, entre otros. Paralelamente,
los blogs con contenidos literarios fueron el boom del momento, muchos con
falencias y escasa edición que, en cierto modo, no aportaron a un trabajo de
calidad y de arquitectura del lenguaje.
Por
otra parte, siguiendo el camino ya trazado en un principio en Argentina, surgieron
las cartoneras, que intercalaron textos con trabajo artesanal en la
construcción de libros que buscan romper el statu quo de las editoriales
tradicionales. También en nuestro país aparecieron cartoneras, la primera fue Matapalo que, con el poeta Víctor Vimos a la
cabeza en colaboración con pintores de Riobamba, armó libros para ser
presentados en ferias nacionales e internacionales. En Guayaquil, Nelson
Bodero, junto con otros jóvenes, fundó Camareta Cartonera que publicó a
importantes poetas como Luis Carlos Mussó y Cristian Avecillas; a la par
apareció Dadaif Cartonera, y, en Quito, Murcielagario, bajo la iniciativa de
Agustín Guambo, cuya labor como poeta fue galardonada fuera del Ecuador con el
premio Hispanoamericano de Poesía Rubén Bonifaz Nuño 2014, con Ceniza de
rinoceronte que se publicará próximamente en Argentina.
Si
bien las formas de difusión anteriormente citadas han aportado a la
socialización del trabajo poético, con sólidos y variados discursos, no dan
motivos para la aceptación de una ‘Generación Literaria’, ni para caer en los
‘etiquetamientos’ tan utilizados en la historia de la literatura desde la
academia, condicionando un trabajo que puede alcanzar metas mucho más amplias
que las que un diagnóstico estético pueda darle.
Las
ciudades ecuatorianas tan distintas entre ellas han forjado la obra de muchos
poetas, se poetiza desde la urbe hacia el sinfín del lenguaje, en palabras de
Jorge Martillo Monserrate:
El puerto es una piel
de elefante
un colmillo de marfil
un cementerio
extraviado en la memoria(3).
Condenado
a la ciudad de los manglares, Martillo hace de ella su infinita y placentera
hoja de ruta poética. Luis Carlos Mussó, en cuya poesía compromete a la ciudad
con la amplia cultura grecolatina, también se involucra con el imaginario de la
conquista desde una impronta legendaria y utópica, escribiendo en sus Cuadernos
de Indiana: “Y todos los rostros de las mujeres bellas de esta pax hispana se
parecen al recuerdo que guardo de ti”. Ernesto Carrión, quien ha deambulado por
temas diversos en su prolífico oficio poético, apunta a la blasfemia bien
lograda en La muerte de Caín, escribiendo: “Y dios existe; pero igual que un
gran artista de maravillosas dotes, nada tiene que ver él con su obra”(4). El
río como telón de fondo o como gestor de orillas será en Guayaquil una
constante literaria. Wladimir Zambrano se referirá a él de la siguiente manera:
Cuando lleguen los
jueces al centro de la tarde
y un arquitecto de
naipes comente las conjugaciones del río;
podrán levantarse(5).
La
ciudad siempre será pregonera de diversas intencionalidades lingüísticas y
poéticas hacia la dispersión discursiva.
Del eros, divinidades y formas del silencio
Desde
geografías más lejanas, la poesía tiene voz en uno de los emisarios del eros caído
y enterrado. El amor en todas sus formas, sin límites ni restricciones, se
embalsama en letras de Roy Sigüenza, poeta que desde “La Loma” (Portovelo, El
Oro) apunta a las tribulaciones de la noche desde su más íntimo secreto,
haciendo cada vez más resonante su clásico verso: “Iré, qué importa, caballo
sea la noche”. O Pedro Gil que desde Manta sigue exorcizando sus demonios. Para
el poeta maldito por excelencia la poesía es un rito, una bendición que Dios le
ha dado, ese Dios que encuentra en los psiquiátricos, a quien le grita que pare
la guerra como súplica, para referirse en una línea: “Lo real es un espanto, lo
imaginario también”(6).
La
poesía de jóvenes mujeres tiene en el puerto a importantes representantes como
Gabriela Vargas y Andrea Crespo. Una necesidad de respuestas a lo infinito, a
un Dios sordo al que Gabriela hace referencia es un discurso cargado de
ansiedad e incertidumbre:
Ahora sé que el poema
se dirige a dios
y sale de dios para
consuelo de los hombres.
Crespo
matiza sus textos desde las construcciones teóricas del cuerpo, incluso desde
las imprecisiones de la androginia, como lo reflejan estos versos de su L.A.
Monstruo poemario publicado por Críacuervos:
Las mujeres-travestis
no sabíamos a dónde íbamos
pero seguramente
terminaríamos bebiendo las preparaciones de todos esos hombres del senado(7).
Por
otra parte, poetas que pronto verán impresos sus trabajos siguen la línea del
silencio acuñado a la forma, como Andrés Lalé que escribe: “El que no tiene
objetivo en su tierra natal es un vagabundo del vacío”.
En
Quito, editoriales como Ruido Blanco, presidida por Juan José Rodríguez, (poeta
ganador de La Lira), César Carrión y Raúl Pacheco, han publicado importantes
nombres a escala nacional e internacional, tal es el caso del mexicano Julian
Herbert, el peruano Mauricio Medo, el dominicano Felix Batista y de Ecuador a
Andrés Villalba (quien advierte en uno de sus textos que “la poesía no sirve
para nada”(8), Santiago Vizcaíno y Xavier Cevallos, entre otros. Eskeletra
publicó en 2014 Vesania de Javier Lara, libro que parodia la locura desde
diferentes voces. En palabras de Cristóbal Zapata: “Lara trabaja con las obsesiones,
los phantasmas y fantasías de los locos, se hace el loco (…) para trastornar y
trastocar el sentido de la realidad”(9) .
La
disparidad de discursos de los poetas de menos de 30 años y ya con un futuro en
las letras da paso a la diversidad de temas y de intuiciones particulares, como
el caso de Calih Rodríguez que roza el malditismo en Mi patria es el infierno,
o Pablo Flores que, desde una complejidad del lenguaje, estructura imágenes con
tintes apocalípticos como lo confirma el siguiente texto:
Tras vaciar el
aluvión denegado de la oscuridad
se atrofia el frescor
del jadeo de los animales: aquí la creencia del paraíso aludido de infierno
desencadena su
furia(10).
Óperas
primas como Dictado de la mano izquierda, de la quiteña Lucía Moscoso, quien además
ha hecho un registro de la poesía ecuatoriana a través del rock, connotan la
intensidad de lo intertextual; o Caníbales de Leira Araujo, que refleja un
solvente trabajo de prosa poética como lo demuestra en sus textos: “Y vivimos
apuntándonos con pistolas de salva hasta que la muñeca se cansa, nos damos
besos y nos sentamos a cenar”. La producción discursiva actual apunta a la
disgregación, a la no “Generación Literaria” condicionada por un eje temático
específico, sino a los vicios de la posmodernidad, al abarcamiento de todo y
nada al mismo tiempo. El silencio existe desde adentro, porque —como escribió
Octavio Paz— “desembocamos al silencio/en donde los silencios enmudecen”.
Existe poesía en Ecuador, ha existido desde siempre. ¿Silencio? El necesario
para seguir escribiendo, el que no entierra. ¿Poesía? Desde el centro y desde
los márgenes. De edades diversas o carente de edad. “Duro con ella”(11), al fin
y al cabo “todo se queda en casa en este gris burdel llamado vida”(12).
NOTAS:
1.
Tomado del manifiesto nadaísta en la web
2.
Importante filósofo francés que acuñó a los nuevos cambios de la humanidad bajo
el término de posmodernidad.
3.
Del Álbum de la Poesía Ecuatoriana reciente, selección Fernando Andrade
4.
http://www.margencero.com/poesia/num2/ernesto_carrion.htm
5.
Texto tomado de Interior de ciudad.
http://www.revistaelhumo.com/2015/04/wladimir-zambrano.html
6.
Texto tomado de un epígrafe previo a un poema de Yuliana Marcillo del libro
Bandada: novísima poesía ecuatoriana
7.
Crespo, Andrea (2012). L.A. Monstruo. Guayaquil: Críacuervos.
8.
Correa, Antonio. Bandada: Novísima poesía ecuatoriana, en Andrés Villalba,
Drenaje, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito,
2014. pág 117
9.
Lara Santos, Javier (2014). Vesania INC. Quito: Eskeletra.
10.
Correa, Antonio. Bandada: Novísima poesía ecuatoriana, en Pablo Flores: Veto,
Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito, 2014. pág. 24
11.
Verso de Fenando Nieto Cadena
12.
Verso de Fernando Nieto Cadena