Carlos Luis Ortiz / Panorámica de la poesía actual en la línea imaginaria







Es válido el silencio, la manera en que hilvana la idea para hacerla materia indeleble, para fundar la palabra irreparable, el milagro y el daño. El silencio que antecede al poema como el aura en que toda obra de arte se involucra es la puerta que abre el camino al trabajo literario y poético. Sin embargo, del otro lado del oficio como escritores de poesía, hacia dónde va dirigido el texto, ¿existe un público para la lectura de poesía en el Ecuador?, ¿o es un público callado, temeroso de la inutilidad que el poeta pueda darle generosamente? En este sentido el silencio es peligroso, atentatorio, incluso cuando se ha perdido toda esperanza en la poesía. Entonces es preciso romper el hielo e involucrarse con los discursos que actualmente se difunden, los que no necesariamente conforman una “generación literaria” en el sentido exacto de la expresión (no existe una ideología determinada ni un estilo marcado que la identifiquen como tal), pero permiten visibilizar la escena en voces prometedoras que, a medida que dan apertura a nuevos espacios, crean desde las particularidades de lo cotidiano, desde sus necesidades inmediatas con el fin de ser leídos o escuchados.

Las generaciones literarias han sido marcadas por diversos acontecimientos históricos que definieron una línea de creación determinada, dirigida hacia el ámbito político con un constante ánimo de aversión por los gobiernos de turno y las continuos abusos de poder, como en España la Generación del 98, cuyos miembros se vieron afectados por la guerra con Estados Unidos; posteriormente en homenaje y culto a Luis de Góngora por los cien años de su nacimiento en 1927, un grupo de importantes intelectuales de diferentes ramas artísticas proclama la Generación del 27, afectada a su vez por la Guerra Civil Española, en la que desaparecieron importantes bardos como Federico García Lorca y Rafael Sánchez Masas entre otros. Grupos que desde las vanguardias estéticas marcaron un espíritu de época.

En América Latina se consolidaron importantes movimientos que, desde una militancia política y artística, trascendieron fronteras. Tal fue el caso de los nadaístas en la década del sesenta comandados por Gonzalo Arango, con la consigna de derribar todo establishment en nombre de la justicia social y del arte en Colombia, reivindicando desde su manifiesto el papel del artista como ser humano, bajándolo de su torre de marfil y rompiendo así con la antigua concepción romántica: “Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos”(1). Se valieron de diferentes estrategias de circulación para ser escuchados, intervenciones en espacios privados, performances, incluso bombas y panfletos, porque desde una convicción estética todo debía ser negado, menos la necesidad de decir el poema, poemas desgarradores como un último de Darío Lemos, fiel al nadaísmo que reza: “Muero de feliz. Adiós cárcel. Estoy preparado. Me voy a vivir con Gonzalo y con María de las Estrellas al lado de Dios que es la última posibilidad”.

La poesía de las dos primeras décadas del siglo XX en Ecuador estuvo influenciada por el malditismo francés, siendo Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine, poetas cumbres y paradigmas de los jóvenes vates ecuatorianos que acabaron su vida trágicamente y a quienes Raúl Andrade en uno de sus ensayos denominó “generación decapitada”. Los postulados de la generación decapitada circundaban siempre la muerte y los tan ansiados paraísos artificiales que fueron experimentados por la afición a los sagrados alucinógenos de oriente. En las décadas posteriores, el posmodernismo poético se caracterizó por el desarraigo, la escritura desde afuera por su relación melancólica con la tierra, que habría de convertirse en un tema recurrente de los poetas que se ubicaron entre las décadas de los treinta y los cincuenta. Su más alto exponente fue César Dávila Andrade, el ‘Fakir’, quien miró desde lejos, antes de su suicidio en Caracas, cómo su nombre trascendió. Ya en Venezuela, por fin su carrera se consolidó y su poesía de sustancia metafísica, como su inolvidable Espacio me has vencido, circuló:

Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.

En ti muere mi canto, para que en todos cante.

Espacio, me has vencido...

Posteriormente y alrededor de importantes relatos históricos se formaron grupos —en Quito, Guayaquil y Cuenca— con una militancia política e ideas de izquierda, sin muchos años de distancia a la Revolución Cubana, que trabajaron desde diversos lenguajes —pero sobre todo el poético— la relevancia de lo cotidiano hacia la consecución de la igualdad: en la capital, la Bufanda del Sol o los Tzántzicos —que desde el café 77 daban forma a sus ideas—, y en Guayaquil el grupo taller Sicoseo, cuyos integrantes trabajaron con el lenguaje cotidiano y convirtieron al puerto en un lugar utópico. Para escribir Fernando Nieto (poeta que inmortalizó al Guayaquil de los setenta) años más tarde desde México: “Nostalgizo una ciudad que ya no existe”. Por aquel entonces la casa de la cultura fue importante gestora de sus obras.

La postura política, sucesos históricos que transmitían la idea del hombre nuevo, el ideal de una Latinoamérica unida entre otras situaciones y transiciones sociales-culturales, así como el lenguaje de lo cotidiano y marginal trazaron importantes líneas discursivas que unificaron un corpus literario parecido con importantes rasgos de identidad. En cada década del siglo XX
se pueden identificar temas parecidos o recurrentes desde una sólida postura política hasta una conciencia de la tierra, de lo urbano e incluso de lo místico. Al fin y al cabo todo se unificaba, pudiendo así acuñárseles el término de “generaciones literarias”.

El advenimiento de la posmodernidad, como el fin de la historia, en términos de Lyotard(2), supuso una disgregación de discursos a escala global, que iban a reincidir en una creación literaria de la dispersión. Temas variados, pluralidades en el ámbito social, reivindicaciones de los derechos de las minorías, la abrupta ruptura de las fronteras comunicacionales, las redes sociales y las plataformas virtuales contribuyeron para que se escriba desde lo variopinto. En el sentido de edades, lo generacional permanece vigente, mas no en el sentido amplio de lo literario.


Cambia el siglo, cambian las formas

En Ecuador, la poesía finisecular y la del primer cuarto de este nuevo siglo fueron moldeables a los cambios. En la actualidad existe una difusión que recae en los grupos y públicos minoritarios que la consumen. Se escribe, se publica individualmente, se crean nuevos soportes, se reedita, se da cabida a voces ya consagradas y a nuevas mediante editoriales alternativas que tuvieron y tienen gran realce entre las editoriales independientes. El ser humano actual, desprovisto del contacto humano real, accede a formas de comunicación que atienden a las exigencias del tiempo y de la velocidad. El poeta contagiado del ritmo vertiginoso de las sociedades posmodernas ha de escrutar en el pasado para verse más solo entre sus pertenencias ante un mundo masificado.

La escena poética a inicios de 2000 recae en las publicaciones de autor y de colectivos culturales, como fue el caso de Machete Rabioso en Quito que, entre 2005 y 2006, publicó laboriosos libros de poesía (editados por Carlos Vallejo) con destacados poetas como Walter Jimbo, Enver Carrillo, Marcelo Villa, Christian Arteaga, Fernando Escobar y Raúl Arias, entre otros. Paralelamente, los blogs con contenidos literarios fueron el boom del momento, muchos con falencias y escasa edición que, en cierto modo, no aportaron a un trabajo de calidad y de arquitectura del lenguaje.

Por otra parte, siguiendo el camino ya trazado en un principio en Argentina, surgieron las cartoneras, que intercalaron textos con trabajo artesanal en la construcción de libros que buscan romper el statu quo de las editoriales tradicionales. También en nuestro país aparecieron cartoneras, la primera fue   Matapalo que, con el poeta Víctor Vimos a la cabeza en colaboración con pintores de Riobamba, armó libros para ser presentados en ferias nacionales e internacionales. En Guayaquil, Nelson Bodero, junto con otros jóvenes, fundó Camareta Cartonera que publicó a importantes poetas como Luis Carlos Mussó y Cristian Avecillas; a la par apareció Dadaif Cartonera, y, en Quito, Murcielagario, bajo la iniciativa de Agustín Guambo, cuya labor como poeta fue galardonada fuera del Ecuador con el premio Hispanoamericano de Poesía Rubén Bonifaz Nuño 2014, con Ceniza de rinoceronte que se publicará próximamente en Argentina.

Si bien las formas de difusión anteriormente citadas han aportado a la socialización del trabajo poético, con sólidos y variados discursos, no dan motivos para la aceptación de una ‘Generación Literaria’, ni para caer en los ‘etiquetamientos’ tan utilizados en la historia de la literatura desde la academia, condicionando un trabajo que puede alcanzar metas mucho más amplias que las que un diagnóstico estético pueda darle.

Las ciudades ecuatorianas tan distintas entre ellas han forjado la obra de muchos poetas, se poetiza desde la urbe hacia el sinfín del lenguaje, en palabras de Jorge Martillo Monserrate:

El puerto es una piel de elefante

un colmillo de marfil

un cementerio extraviado en la memoria(3).

Condenado a la ciudad de los manglares, Martillo hace de ella su infinita y placentera hoja de ruta poética. Luis Carlos Mussó, en cuya poesía compromete a la ciudad con la amplia cultura grecolatina, también se involucra con el imaginario de la conquista desde una impronta legendaria y utópica, escribiendo en sus Cuadernos de Indiana: “Y todos los rostros de las mujeres bellas de esta pax hispana se parecen al recuerdo que guardo de ti”. Ernesto Carrión, quien ha deambulado por temas diversos en su prolífico oficio poético, apunta a la blasfemia bien lograda en La muerte de Caín, escribiendo: “Y dios existe; pero igual que un gran artista de maravillosas dotes, nada tiene que ver él con su obra”(4). El río como telón de fondo o como gestor de orillas será en Guayaquil una constante literaria. Wladimir Zambrano se referirá a él de la siguiente manera:

Cuando lleguen los jueces al centro de la tarde

y un arquitecto de naipes comente las conjugaciones del río;

podrán levantarse(5).

La ciudad siempre será pregonera de diversas intencionalidades lingüísticas y poéticas hacia la dispersión discursiva.


Del eros, divinidades y formas del silencio

Desde geografías más lejanas, la poesía tiene voz en uno de los emisarios del eros caído y enterrado. El amor en todas sus formas, sin límites ni restricciones, se embalsama en letras de Roy Sigüenza, poeta que desde “La Loma” (Portovelo, El Oro) apunta a las tribulaciones de la noche desde su más íntimo secreto, haciendo cada vez más resonante su clásico verso: “Iré, qué importa, caballo sea la noche”. O Pedro Gil que desde Manta sigue exorcizando sus demonios. Para el poeta maldito por excelencia la poesía es un rito, una bendición que Dios le ha dado, ese Dios que encuentra en los psiquiátricos, a quien le grita que pare la guerra como súplica, para referirse en una línea: “Lo real es un espanto, lo imaginario también”(6).

La poesía de jóvenes mujeres tiene en el puerto a importantes representantes como Gabriela Vargas y Andrea Crespo. Una necesidad de respuestas a lo infinito, a un Dios sordo al que Gabriela hace referencia es un discurso cargado de ansiedad e incertidumbre:

Ahora sé que el poema se dirige a dios

y sale de dios para consuelo de los hombres.

Crespo matiza sus textos desde las construcciones teóricas del cuerpo, incluso desde las imprecisiones de la androginia, como lo reflejan estos versos de su L.A. Monstruo poemario publicado por Críacuervos:

Las mujeres-travestis no sabíamos a dónde íbamos

pero seguramente terminaríamos bebiendo las preparaciones de todos esos hombres del senado(7).

Por otra parte, poetas que pronto verán impresos sus trabajos siguen la línea del silencio acuñado a la forma, como Andrés Lalé que escribe: “El que no tiene objetivo en su tierra natal es un vagabundo del vacío”.

En Quito, editoriales como Ruido Blanco, presidida por Juan José Rodríguez, (poeta ganador de La Lira), César Carrión y Raúl Pacheco, han publicado importantes nombres a escala nacional e internacional, tal es el caso del mexicano Julian Herbert, el peruano Mauricio Medo, el dominicano Felix Batista y de Ecuador a Andrés Villalba (quien advierte en uno de sus textos que “la poesía no sirve para nada”(8), Santiago Vizcaíno y Xavier Cevallos, entre otros. Eskeletra publicó en 2014 Vesania de Javier Lara, libro que parodia la locura desde diferentes voces. En palabras de Cristóbal Zapata: “Lara trabaja con las obsesiones, los phantasmas y fantasías de los locos, se hace el loco (…) para trastornar y trastocar el sentido de la realidad”(9) .

La disparidad de discursos de los poetas de menos de 30 años y ya con un futuro en las letras da paso a la diversidad de temas y de intuiciones particulares, como el caso de Calih Rodríguez que roza el malditismo en Mi patria es el infierno, o Pablo Flores que, desde una complejidad del lenguaje, estructura imágenes con tintes apocalípticos como lo confirma el siguiente texto:

Tras vaciar el aluvión denegado de la oscuridad

se atrofia el frescor del jadeo de los animales: aquí la creencia del paraíso aludido de infierno

desencadena su furia(10).

Óperas primas como Dictado de la mano izquierda, de la quiteña Lucía Moscoso, quien además ha hecho un registro de la poesía ecuatoriana a través del rock, connotan la intensidad de lo intertextual; o Caníbales de Leira Araujo, que refleja un solvente trabajo de prosa poética como lo demuestra en sus textos: “Y vivimos apuntándonos con pistolas de salva hasta que la muñeca se cansa, nos damos besos y nos sentamos a cenar”. La producción discursiva actual apunta a la disgregación, a la no “Generación Literaria” condicionada por un eje temático específico, sino a los vicios de la posmodernidad, al abarcamiento de todo y nada al mismo tiempo. El silencio existe desde adentro, porque —como escribió Octavio Paz— “desembocamos al silencio/en donde los silencios enmudecen”. Existe poesía en Ecuador, ha existido desde siempre. ¿Silencio? El necesario para seguir escribiendo, el que no entierra. ¿Poesía? Desde el centro y desde los márgenes. De edades diversas o carente de edad. “Duro con ella”(11), al fin y al cabo “todo se queda en casa en este gris burdel llamado vida”(12).

NOTAS:

1. Tomado del manifiesto nadaísta en la web
2. Importante filósofo francés que acuñó a los nuevos cambios de la humanidad bajo el término de posmodernidad.
3. Del Álbum de la Poesía Ecuatoriana reciente, selección Fernando Andrade
4. http://www.margencero.com/poesia/num2/ernesto_carrion.htm
5. Texto tomado de Interior de ciudad. http://www.revistaelhumo.com/2015/04/wladimir-zambrano.html
6. Texto tomado de un epígrafe previo a un poema de Yuliana Marcillo del libro Bandada: novísima poesía ecuatoriana
7. Crespo, Andrea (2012). L.A. Monstruo. Guayaquil: Críacuervos.
8. Correa, Antonio. Bandada: Novísima poesía ecuatoriana, en Andrés Villalba, Drenaje, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito, 2014. pág 117
9. Lara Santos, Javier (2014). Vesania INC. Quito: Eskeletra.
10. Correa, Antonio. Bandada: Novísima poesía ecuatoriana, en Pablo Flores: Veto, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito, 2014. pág. 24
11. Verso de Fenando Nieto Cadena
12. Verso de Fernando Nieto Cadena