Alfredo Carrasco



Nauseabundo…….

Capitulo no numerado de la Parodia Humana (sin publicar)

Ingreso lentamente a un oscuro y maloliente pasadizo que conecta a un envejecido convento con una derruida iglesia. Está iluminado por mortecinas luces que titilan desesperadas como si percibiesen que la energía que las sostiene está pronta a agotarse: se alimentan las flamas del pestilente y grasiento sudor de sacerdotes y sacerdotisas, de monjes y monjas, que en su euforia por que se cumplan sus interpretaciones litúrgicas someten y sodomizan a indefensos infantes, a ingenuos niños, a aterrorizados adolecentes, para saciar sus reprimidas ansiedades carnales contenidas por falsos e impuestos juramentos de castidad. Sudan y recogen su grasiento sudor en tazones para que ese putrefacto y fétido líquido siga iluminando sus angustias y soledades.

En medio de la penumbra, empujado por una brisa nauseabunda,  se deposita a mis pies la hoja de un diario, en la que leo, ayudado por la maltrecha luminosidad, un titular que espeluzna “Una decena de menores castrados en centros católicos”. A mi lado como que hubiesen también leído, se levanta un coro, una mezcla de voces de hombres y mujeres que aúllan, son los actores directos que provocaron aquellos titulares. El sudoroso y grasiento líquido, por el arder de la flama se calienta y gotea sobre aquellos infelices: las ardientes gotas llegan a sus bocas, a sus labios, a sus pezones, a sus genitales, se deslizan ardientes e ingresan por los distintos orificios del humano cuerpo de aquellos y de aquellas, para arder en sus propias entrañas…. castigo infinito para quienes violentaron la dignidad y las ilusiones de aquellos a quienes tenían que amparar. No observaron su propio credo. Lo interpretaron como poseedores de la verdad y únicos custodios de la vida y de los sueños.

Nauseabundo ambiente, nauseabundos lamentos, nauseabundo y merecido destino para los que violentaron la inocencia y el futuro – el cielo católico – de inocentes que confiaron en ellos la protección su destino. Constituidos en jueces, y escondiendo sus ansiedades de delirios y sudores de sábanas, dictaminaron quién se merecen los favores de sus deseos y quienes no.  Y si alguno se revelaba, el castigo significaba la castración. Sí, castración por rebelde, sí castración por impotencia a tener la libertad de gritar y reclamar, castración, simplemente, castración, por que sin duda no se prestó para enfriar los ardores de sus protectores o protectoras. Niños, jóvenes, habitaron en el presente su propio infierno, aquel que los jerarcas conocían de los actos pero que se constituyeron en cómplices por acción, omisión y silencio. Esos jerarcas se transformaron en sus propios carceleros y vivieron y viven diariamente sus propios infiernos.