Nauseabundo…….
Capitulo
no numerado de la Parodia Humana (sin publicar)
Ingreso
lentamente a un oscuro y maloliente pasadizo que conecta a un envejecido convento
con una derruida iglesia. Está iluminado por mortecinas luces que titilan
desesperadas como si percibiesen que la energía que las sostiene está pronta a
agotarse: se alimentan las flamas del pestilente y grasiento sudor de
sacerdotes y sacerdotisas, de monjes y monjas, que en su euforia por que se
cumplan sus interpretaciones litúrgicas someten y sodomizan a indefensos
infantes, a ingenuos niños, a aterrorizados adolecentes, para saciar sus
reprimidas ansiedades carnales contenidas por falsos e impuestos juramentos de
castidad. Sudan y recogen su grasiento sudor en tazones para que ese putrefacto
y fétido líquido siga iluminando sus angustias y soledades.
En medio
de la penumbra, empujado por una brisa nauseabunda, se deposita a mis pies la hoja de un diario,
en la que leo, ayudado por la maltrecha luminosidad, un titular que espeluzna “Una
decena de menores castrados en centros católicos”. A mi lado como que hubiesen
también leído, se levanta un coro, una mezcla de voces de hombres y mujeres que
aúllan, son los actores directos que provocaron aquellos titulares. El sudoroso
y grasiento líquido, por el arder de la flama se calienta y gotea sobre
aquellos infelices: las ardientes gotas llegan a sus bocas, a sus labios, a sus
pezones, a sus genitales, se deslizan ardientes e ingresan por los distintos
orificios del humano cuerpo de aquellos y de aquellas, para arder en sus
propias entrañas…. castigo infinito para quienes violentaron la dignidad y las
ilusiones de aquellos a quienes tenían que amparar. No observaron su propio
credo. Lo interpretaron como poseedores de la verdad y únicos custodios de la
vida y de los sueños.
Nauseabundo
ambiente, nauseabundos lamentos, nauseabundo y merecido destino para los que
violentaron la inocencia y el futuro – el cielo católico – de inocentes que
confiaron en ellos la protección su destino. Constituidos en jueces, y
escondiendo sus ansiedades de delirios y sudores de sábanas, dictaminaron quién
se merecen los favores de sus deseos y quienes no. Y si alguno se revelaba, el castigo
significaba la castración. Sí, castración por rebelde, sí castración por
impotencia a tener la libertad de gritar y reclamar, castración, simplemente,
castración, por que sin duda no se prestó para enfriar los ardores de sus
protectores o protectoras. Niños, jóvenes, habitaron en el presente su propio
infierno, aquel que los jerarcas conocían de los actos pero que se constituyeron
en cómplices por acción, omisión y silencio. Esos jerarcas se transformaron en
sus propios carceleros y vivieron y viven diariamente sus propios infiernos.