Desde el filo gris azulado de montañas sobre el
horizonte, sin cambiar su rumbo, el hombre pelícano se atravesó una lengua de
océano sin detenerse en ningún risco, ni para zambullir el buche, hasta el
balcón del escritor.
El pasamano en la baranda de la terraza se estremeció
durante unos segundos cuando el hombre pelícano detuvo su vuelo. Sacudió las alas un poco hacia atrás sin
extenderlas, y estiró el cuello sacudiendo el pico. De inmediato, brotando de su propio buche, se
completó su cuerpo de hombre conservando las alas con su plumaje intacto hasta
la media espalda y las nalgas, Uh juh, se dijo el escritor.
Así tenía que ser.
Tal como él se lo repetía cada vez que algo como esto le pasaba, porque a él no se le podía aparecer un ángel
cualquiera, de esos de melena rubia y
piel pulidísima con enormes alas gordas, de cisne; a él, uno
exhibicionista de pico negro, largo y filudo.
Con un movimiento escéptico, levantó las manos del teclado y apoyó la
barbilla sobre su mano derecha, mirando hacia el balcón; dando
crédito del brillo crespo del mar se dispuso a vivir su alucinación.
Alargando sus piernas del pasamano al piso de la terraza,
la figura del hombre pelícano se fortaleció.
Dio dos pasos largos intentando caber en su piel, como las mujeres que
afirman sus pantis, pero a él antes de afirmársele nada, se le sacudió el sexo
y con el pico agitado pretendía gesticular o pronunciar algo diferente a un
graznido. Batía las alas y pestañeaba
con intensos guiños. Abrió el pico y
con ronco tartamudeo se dirigió al escritor, Pe, pe, per, permiso, permiso, y
se sentó en el primer banquito que encontró, cruzó las piernas y se apoyó sobre
sus alas contra la pared. Me, me vas a
pe, perdonar, empieza a salirle más claro, Hace mucho que mi pico no pronuncia
palabras de tu idioma. Uh juh, contestó
el escritor.
Ya vas a empezar..., replicó el pelícano, Uh juh, Tan
sólo dame una oportunidad. Tú no sabes
lo difícil que es hacerte esta visita, tanto
o más aun de lo
que para ti resulta pensar que no soy otra de tus alucinaciones. No estoy en tu mente, vine volando desde
playa Rosada. Ahora me recuerdas,
¿verdad? Uh juh.
¡Sé que te acuerdas!, continuó ese ángel feo, Te haces el
que no me recuerdas... Nos hemos espiado desde hace mucho y me
he mostrado a propósito, he llegado a arriesgarme frente a otros, que creyeron compartir tu visión. El escritor intentó decir algo, calló.
Está bien, sé por
qué prefieres olvidar la primera vez, en playa Rosada, te trae recuerdos de
aquél amor que te traicionó...
Parecía que se iba a levantar pero solo
reacomodó sus alas contra la pared y continuó,
En ese momento te la pasaste muy bien, ni te preocupaba la posibilidad
de que una ola repentina anegara la estrecha cuevita en la que se
restregaron. No me vengas con que te has
olvidado... Cuando te percataste que los
observaba, no tuviste pudor, alzaste la vista hacia mí desprendiéndote de la
oreja deseada e, irguiendo tu pecho y tu abdomen, me regalaste el ángulo perfecto
para comprobar la penetración... ¿Ibas a decir algo?
El escritor
abandonó su posición inicial, incorporándose sobre el escritorio. Inició un gesto con el que quería significar
algo, pero el intento se convirtió en un bostezo. Dio algunos pasos hacia atrás y los recaminó
hacia el visitante. Comprobó que el
hombre ave no era etéreo, le cerró con una mano el pico y con la otra le tocó
los hombros y las alas y el pecho bajo.
Uh juh, dijo confirmando la corporeidad de este ser con masa y tono
muscular, sin errores de construcción mítica como los de las antiguas enciclopedias de deidades y
seres fantásticos. Aquí todo estaba en
su lugar. Se retiró un paso y reintentó
el gesto pero, otra vez, se desató el bostezo sin poder controlarlo. El hombre pelícano aprovechó el acercamiento
e introdujo su índice en las fauces del escritor. ¿Me crees?
Hubiera podido
decir muchas cosas inteligentes pero el escritor tenía algo más que apatía y
aburrimiento. Uh juh, pensó decir, pero
calló. Él seguía convencido de que otra
vez su fantasía lo alejaba de lo verdaderamente
importante, el trabajo, su trabajo.
Convéncete, idiota, soy real, le dijo el hombre con pico. Pero el escritor ya no escuchaba nada, giró
sobre si mismo contemplando a su alrededor los vestigios de sus días de
encierro, Uh juh. Botellas, papelillos,
hayaquitas, tabacos, todo lo reunió en
un tacho, mientras trataba de ignorar la presencia en su estancia. Tuvo que hacer a un lado una de las alas del
pelícano para salir al balcón y arrojar directamente al mar lo recogido.
No soy producto de
tu borrachera, entiende, yo vine por mi gusto.
No puedes rechazarme.
Regresó al salón
con el tacho vacío, de un puntapié lo empujó a un rincón. Se acercó hasta su alucine lo contempló fijo,
lo volvió a tocar. Hubo un dejo de
sonrisa en su expresión, a lo que el pelícano contestó con un alegre ji. De la cintura, con las dos manos, lo atrajo
hacia si. Apoyó el hombro en el pecho y
dejó que le rascara la cabeza con el pico; le rodeó la espalda con el brazo izquierdo
y con la mano derecha clavó el más profundo puñetazo que podría, con su
huesuda mano, haber propinado el
escritor. .Se batieron confusas y
enormes las alas que hicieron bailar la lámpara. El ángel se inclinó pero no cayó.
El escritor volvió
a su mesa tomó la caja redonda de lata
y, de entre cogollos y cisco de hierba, sacó una calilla grande y la
encendió. Fumó a grandes bocanadas,
tragándose el humo. Luego, cerró los ojos por un buen rato y lentamente dejó
escapar un hilillo de humo enredado en su ya clásico Uh juh.
Cuando abrió los
ojos, tenía al ave hombre casi sobre él. Se sorprendió un poco y de inmediato
se tranquilizó con otra bocanada.
Ofreció el bate al visitante y éste lo tomó pacientemente con el pico,
aspiró varias veces hasta que ardiera por completo. Sostuvo el aliento, saboreando el producto,
catándolo y el residuo lo roció por toda
la habitación. Qué curioso, ¿tú
tambien le compras al Bebo? Interrogó el pelícano a lo que el escritor contestó
en tono afirmativo, Uh juh