Al Dr. Guillermo Enrique López Alarcón
Cuando supe que Jesucristo hizo ver a los ciegos, caminar a los paralíticos, revivir
a los muertos....quedé perplejo....ante la leyenda de aquel sanador, curador,
devolvedor de vida, por lo tanto de esperanzas, de luz, y de nuevos caminos.
Luego fui testigo de algunos milagros en esta vida, demasiados
para mis pequeños ojos de visión corta, pero al final tal vez pocos cuando el destino puso en mi trajín un descanso; mientras retomaba el aliento pasó un
hombre de caminar pausado, de movimientos mas bien lentos, pensativo y a la vez
inquieto me dijo:…..eres tu aquel…. y aquel, y ese otro aquel también eres tu, así
que levántate muchacho; y al brindarle mi copa cual impertinente respondí: porque
habría de levantarme y perder mi tiempo sagrado con alguien que en mi vejez me llama muchacho.
Hizo silencio, puso sus manos en el pecho y abrió su
ser para mostrarme su corazón. Tuve sin remedio que ir con él y descubrirle, entender sin mas que venía de salvar una vida, dos, cien y sumé y sumé; mil, dos mil y no dejé de
sumar hasta que me cansé…..en las diez mil.
Al entrar en razón de que no había
conocido ni creo conoceré, a alguien que ha ayudado a sanar tantas vidas, mientras yo ni
siquiera puedo con la mía, tuve que escuchar sus palabras cuando me decía: Todos
padecemos de algún cáncer, incluso yo sufro de uno, la humanidad siempre se horroriza en el silencio mas profundo y oscuro al
hacer cálculos de en donde se le harán sus metástasis.
Sabiendo del sufrimiento, de los padecimientos, inclusive del
tiempo de vida de cada uno de sus pacientes no empalidecía, ni desmayaba ni sucumbía porque
sabe de nuestro camino en la enfermedad, y en la complejidad de las cosas vivas.
Imponiéndome la obligación de rendirle este
tributo a un comprendedor de la realidad humana, y que sabiendo nuestro destino
extiende una mano de cariño para darte aún en la agonía una palmada en la
espalda para que agarres viada y mejores el ti mismo para la otra vida.