Cielo dividido: una historia de nunca jamás
“For there is only one great adventure and that is inward toward
the self, and for that, time nor space nor even deeds matter.
” Tropic of Capricorn.” Henry Miller
-Dime Malavida, ¿Cómo te imaginas mi
polla? ¿Te gustaría tenerla adentro?
Maldoror
Por unos segundos Malavida se
quedó inmóvil y sin saber qué responder. No podía describir las imágenes que se
le venían a la cabeza. Le habría gustado sentirse libre de prejuicios -grabados
a martillazos católicos- para hablar del placer que le causaba imaginarlo
dentro de su cuerpo, navegando como un pez brillante que se sumergía en esa
cavidad abismal que era su vagina. Respondió tímidamente con un par de palabras
para salir del aprieto mientras sentía latir a mil su corazón:
No lo sé. ¿Grande?
¿Potente ¿Te gusta el cine?
Malavida
¿De qué color son tus pezones? ¿Te gusta que
te los chupen?
Maldoror
...
Malavida
Ante la insistencia de Maldoror de llevarla a
terreno desconocido, intentó desviar la conversación y comentó sobre el clima
de esa noche y de su propensión a resfriarse.
¿Llueve en tu ciudad? Aquí llueve como si el cielo se viniera abajo. No me gusta el frío, me pone mal.
Malavida
Amelia (Malavida era su nombre de usuaria en las redes) no estaba acostumbrada al desenfado ni a las preguntas abruptas. Se sintió desarmada, y confrontada al mismo tiempo con la comodidad que ofrecía el anonimato. ¿Cómo hacían los adultos como ella para manejar situaciones como esta sin sentirse infantiles? Maldoror lanzaba este tipo de preguntas como si fueran dragones en llamas en medio de profundas o divertidas conversaciones. No es que no quería que se las hiciera sino que no sabía cómo responder sin sentir que tenía detrás de ella a sus abuelas y maestras, monjas casi todas, agitándole la conciencia.
-Debo descansar, ya es tarde. ¿Hablamos
mañana?
Malavida
Pero no hubo respuesta y Maldoror se
desconectó. Nunca antes se había marchado sin despedirse, asi que esperó un
buen rato sentada frente a la pantalla esperando el "buenas
noches". Seguro se quedó sin batería. ¿Se
habrá dormido?
Pero pasaron varios días y no hubo respuesta.
El arrepentimiento de no haberse involucrado en esa íntima conversación le
llegó lentamente como una bruma que lo cubría todo. Las palabras no
dichas rebotaban en su cabeza como bolas de fuego. Debí decir: son
rosados. O, me gustaría que me los beses. O..
De pronto el chat se convirtió en un mar
oscuro. Se apagaron las risas y los suspiros. Constantemente se preguntaba
si el haberlo evadido era la razón para esa intempestiva huida. O
quizás estaba casado y su esposa lo descubrió. También podría ser que su novia
.. o alguna amiga llegó en ese momento y..
Me está poniendo a prueba.. repetía
todo el día intentando guardar la esperanza de escuchar un Hola bonita.
Releyó los últimos diálogos buscando alguna
pista que le dejara saber por qué desapareció. ¿Se habría ofendido por algo
que dije? Llamó a Susana, su mejor amiga, y le contó de su
angustia esperando que ésta la ayudara a resolver el misterio. Fue inútil.
Susana decapitó el aura del tal misterio con un ¡blah! Y añadió:
Mira Amelia, esos romances virtuales son
bobos y fugaces. Deberías saberlo. El tipo vio que no le abrirías las piernas
fácilmente y entonces cortó. Si lo que quieres es flirtear y ligar sin meterte
en líos mayores, ve al bar. Abunda el sexo, amiga. O únete a una red de citas
virtuales, son fantásticas.
Su amiga no entendió su tristeza. Su
encuentro con Maldoror fue lo mejor que le había pasado desde la
adolescencia. Poco a poco la tristeza se convirtió en angustia Decidió
dejar el computador prendido día y noche pero solo le llegaban mensajes de su
hermano o de sus amigas y a los que no respondía.
- Maldoror… escríbeme.
Malavida
Maldoror llegó a su vida como un barco
fantasma que atravesó sutilmente el espacio líquido y espeso de la
pantalla. Anclado en la orilla de una lista de “posibles amigos”, el pirata
esperaba a que lo invitaran a pasar. Ella siempre cautelosa pensó varias veces
antes de hacerlo. Había escuchado muchas historias de desconocidos tratando de
ligar con mujeres ingenuas. Las enamoran y luego las roban, escuchó
decir a una compañera de trabajo. Pero esto es diferente, lo sé. Su
intuición se lo decía y además tenía el presentimiento de que con él se venían
todas las aventuras no vividas y de las que sus amigas hablaban constantemente.
No obstante, fueron necesarios varios cafés y varias miradas a la foto de
perfil antes de presionar “aceptar”.
Temerosa, Malavida entró a la sección de
peticiones y ahí lo encontró, atento a la señal del faro que anunciaría su
consentimiento. ¿Cuándo fue la última vez que mi cuerpo sintió ese llamado?
Hace mucho tiempo ya que había olvidado lo que era entregarse al placer. Su ex
pareja, con quien compartió varios años, había sido un pésimo amante. Pero ella
paciente como siempre -lo que demostraba su gusto por la jardinería- aspiraba a
que un día él cambiara. Lo esperaba vestida con lencería fina, preparaba cenas
románticas, le pedía intentar complicadas poses eróticas y usar juguetes, ver
pornografía y todo lo imaginable que pudiera hacer del encuentro íntimo más que
una rutina. Pero llegado el momento era siempre lo mismo: el tedio y el frío de
un sexo mecánico.
En una de aquellas noches de larga
conversación Maldoror le recordó a ese novio que le alteró los días de la
adolescencia y que tempranamente la llevó a entender que no había otra fuerza
más formidable, viva y devastadora que el deseo. Pero todo terminó abruptamente
cuando su hermano los descubrió casi desnudos retozando en el cuarto de
huéspedes. Furioso se lanzó sobre ellos y de un puñetazo le rompió la nariz a
él y a ella la llevó del cabello hasta la cocina en donde sus padres preparaban
la cena. Al día siguiente la llevaron al médico, pero éste diagnosticó que no
hubo penetración. Y se lo contó a Maldoror.
- ¿Te gustó? Dime la verdad ¿Qué te hizo?
Maldoror
- Oye! ¡Qué éramos niños! No sabíamos lo que
hacíamos.
Malavida
- No te creo. Seguro perdiste la virginidad.
Confiesa
Maldoror
¿Qué vino después de aquella tarde de amor
frustrado, sangre derramada y un llanto de días? Se preguntó mientras preparaba un
gin-tonic y escuchaba “Don’t let me down”. Recordó lentamente. Vinieron
relaciones violentas, decepción, encuentros ocasionales y torpes y mucha
soledad. Recordó, además que cansada de no vivir eso que su amiga Susana
llamaba el timing, puso su mente y cuerpo en otras cosas, en el trabajo,
sobre todo. Pero con Maldoror todo el placer dormido despertó en ella como el
vómito de un volcán. ¿Y si todo me lo he inventado yo? La culpa
la tienen las películas y novelas románticas que he devorado toda la vida.
Debería saberlo. ¡Qué tonta soy!
¿Cómo era posible que siendo una
experta en finanzas que entendía cómo funcionaba el mercado no pudiera
dilucidar que todo lo que le rodeaba le llamaba a inventar el amor? Mira, se
decía a sí misma, se venden ideas de cómo llevar un romance, las vacaciones
en pareja, el matrimonio, la crianza de los hijos, la jubilación, etc., todo lo
que implica la organización y reproducción de la sociedad. Nadie se salva,
menos tú, Amelia Malavida, hija de tu puta madre! Perdóname madre.
El día en que conoció a Maldoror despertó
mareada y vomitó varias veces durante el dia. Había sido una noche difícil y
extenuante. Las medicinas ya no hacían su efecto. Sentía que su espíritu apenas
sostenía su maltratado cuerpo y viceversa. Las píldoras la derretían por
dentro, le causaba vómito, mareo y la clavaban en el vacío. Los objetos se
volvían una continuación pegajosa de su carne y le costaba levantar la taza de
café o mover la silla. Se sentía ausente de ella misma, como si todo se
resumiera a la carne, a la materia, como si la materia de su cuerpo hubiera
ahogado toda sensación de estar viva. Aun cuando esto contradecía las órdenes
del médico, dejó el café y fue por algo mas fuerte. Se preparó un gin-tonic y tatareó “mother do you think she's good
enough for me? ”
Pero en la noche el malestar y todas las
estadísticas y la razón se desvanecieron en la pantalla de su computador. Una
fuerza poderosa venida de algún lugar de la noche le removió las vísceras. Le
temblaron las manos y le florecieron los labios. Ver la foto de Maldoror en la
esquina de la pantalla la sacó de un tirón de la oscuridad de muchos años, casi
como el despertar a una brillante mañana de sol. Esa tibia sensación de volver
a la vida le recordó el día que su padre la salvó de morir ahogada en la
piscina de un hotel. Tendría nueve años. Quería probarle a su hermano que era
capaz de nadar de un extremo al otro por varios minutos, pero algo le impidió y
no pudo continuar; sus brazos y piernas no le respondieron más. Perdió la
fuerza y se hundió en el azul claro de las baldosas. Mientras descendía podía
ver a su hermano tratando de tomarla de las manos y más arriba algunos cuerpos
que nadaban sin percatarse de lo que sucedía abajo. Suspendida en el fondo azul
claro,sus ojos empezaron a cerrarse y todo oscurecía lentamente. Fue una
perfecta y corta muerte, un volver al principio, como si volviera al útero de
su madre. Era la muerte que ahora deseaba para cuando el cáncer terminara de
tomarse su cuerpo... descender, partir sin dolor.
Pero unos fuertes brazos la regresaron al mundo de aire y la depositaron sobre la hierba. ¡Amelia!
Abrió los ojos mientras sentía un estallido en su garganta. Vio el rostro de su padre llamándola por su nombre y mirándola como solo él podía mirarla. Se vio reflejada en sus azules ojos y lo abrazó. Ahora papá está lejos y descansando en una caja de cigarros cubanos que mamá guarda en su mesita de noche. Le he dicho varias veces que lo use de abono para sus bonsai pero ella prefiere tenerlo cerca y hablarle en las noches y mañanas.
Mientras pensaba en aquel desconocido con el
peculiar nombre de Maldoror, el gin hizo su efecto y se le aflojaron los brazos
y los ojos. "Gugleó" y encontró el significado:
“Maldoror: personaje literario de carácter
misantrópico y tétrico quien manifiesta aversión al trato humano y se opone a
Dios”.
!Es perfecto! Uno tan raro como yo.
Ella también se veía así, misantrópica, y de paso no creía en Dios. Por esa
misma razón había decidido usar “Malavida”. Quería vivir sus últimos meses sin
sentir culpa, hiciera lo que hiciera. Al carajo con Dios... Carpe Diem.
Seducida por el significado de su nombre y un
rostro duro de amplio mentón, espesas cejas y grandes ojos negros, presionó
“aceptar”. En el umbral de ese puerto virtual la compuerta se abrió
lentamente en medio de una espesa niebla: la incertidumbre. No obstante, sus
presagios de una tormenta se confirmaron en menos de una hora. Maldoror era un
Jack Sparrow que había llegado para agitarlo todo. Se rindió a él
inmediatamente. Su cuerpo olvidó el dolor, estiró las largas y firmes piernas
adoptando la ligereza de los felinos. Además, se descubrió riendo a
carcajadas como hace mucho no lo hacía. Ese fauno de piel morena y grandes
ojos negros no solamente entró en su chat si no también en sus bragas.
¿Cómo estás vestida hoy, Malavida? ¿Llevas
bragas?
Maldoror
No llevo nada.
Malavida
Envíame una foto, ¿Si?
Maldoror
Maldoror lo invadió todo. Chatear con él era
encender el fuego de un ritual purificador y entrar en su caverna en donde
vivía el pulpo rojo gigante que había visto de niña en un libro de antiguas
pinturas japonesas. Su padre lo guardaba con recelo y bajo llave en su
escritorio. Las pinturas mostraban a un gigante marino que succionaba la vagina
de una mujer y al mismo tiempo la abrazaba con sus tentáculos metiéndolos en
cada hoyo. Podria ser Davy Jones y yo, la Calypso.
Hoy desperté pensando en ti, Malavida. Antes
del almuerzo no pude contenerme mas y me masturbé en el baño de la oficina.
Maldoror
¿Qué pensaste mientras lo hacías? Cuéntame todo.
Malavida
Te imaginé con falda corta, tacones altos y
con una blusa negra transparente. Podía ver tus tetas. Déjame verlas... Tómate
una foto.
Maldoror
La presencia de Maldoror alteró su rutina
diaria. Dejó de vestir trajes oscuros y abandonó la idea de que su vida había
terminado con la enfermedad. Renunció a tomar las píldoras y decidió no asistir
a las sesiones de quimioterapia que empezarían pronto. Tenía muchas ganas de
vivir. En sus citas virtuales, al llegar a casa después del trabajo,
intercambiaban ideas, experiencias y gustos. Reía, reía mucho. El humor de
Maldoror era exquisito. Hacía tanto que no reía así, a carcajadas y hasta las
lágrimas. Las historias de Maldoror eran coloridas y fantásticas. Compraba
películas que él, un experto cinéfilo, se las recomendaba para luego mirarlas y
comentarlas, lo que luego terminaba en acaloradas discusiones o en risas. Ella,
una experta en inversiones, decoración de interiores y jardinería, le recomendó
invertir en la bolsa y le habló del Feng Shui. Las citas en el chat duraban
varias horas hasta que uno de los dos tomaba la iniciativa de romper el encanto
y despedirse. Separarse era doloroso. Pensó en hablarle de encontrarse un día
de esos pero temió romper la fantasía. Lo dejó así.
- Maldoror… tengo mucho que contarte.
Malavida
Ahora el silencio la hundía en sus peores
miedos y se sintió abandonada. Maldoror había levantado anclas y dejado el
puerto. Se preguntaba una y otra vez por qué no se dejó llevar por él: ¿Fue
timidez? ¿Fue pudor? ¿Me avergüenzo de mi cuerpo? Se quitó la ropa y
se miró en el largo espejo de su dormitorio. El cáncer no la había tocado por
fuera. Sus pechos aún eran perfectos, redondos y firmes. Su cadera amplia,
su pequeña cintura, sus piernas largas y fuertes. Giró y se miró la espalda, la
curva de sus nalgas. Vio el brillo de su melena caoba que caía suavemente sobre
lo hombros y la espalda. Aún era un bello animal en cielo abierto.
-Maldoror … me hace falta tu risa.
Malavida
Abrió las cortinas del ventanal y se sentó
desnuda sobre la orilla de la cama proclamando su humanidad y le abrió las
piernas a la ciudad. Quería que todos vieran lo hermosa que era, lo viva que
estaba. Quizás Maldoror podía mirarla desde algún lugar. Quizás vivía en el
edificio de enfrente. Quizás era el hombre que siempre espiaba con su
telescopio. Sus ojos se cerraron bajo las espesas pestañas y pensó en él. Lo
imaginó entrando por el ventanal, arrodillándose para abrazarla…luego la
besaría, la amaría como el pulpo rojo o como el pirata pulpo. Solamente
necesitaba un ritual mas, una sola vez más y entonces podría aceptar la
enfermedad y morir tranquila. Se incorporó y fue al computador y lo llamó:
–Maldoror, ¿Dónde estás?
Malavida
No hubo respuesta.
Se prometió no esperarlo más.
Volvió a los oscuros trajes, a las píldoras y
a recogerse el cabello. Sus ojos volvieron a perder la luz y la alegría y dejó
de mirarse desnuda en el espejo. Toda la sensualidad recuperada regresó a la
desidia, al cansancio, a la música triste. La pantalla de su computador se
convirtió en un cielo gris y asfixiante.
Su amiga vino a verla y la encontró
demacrada, mas delgada. No había comido en días.
¿Cómo puedes confiarte de un extraño? ¡Qué
ingenua eres, Amelia! Vas a caer presa de algún estafador o violador. Deja ya
de extrañar a un desconocido, a un idiota.
Nada de eso importaba. Solamente le quedaba
esperar y esperó noche tras noche sentada al filo del tiempo, con la esperanza
de volver a ver su nombre en la pantalla. No pedía mucho. Susana la
alimentó, tendió la cama, la ayudó a tomar una ducha y se aseguró de que tomara
su medicamento. Se marchó dándole un beso en la frente y pidiéndole que
descansara.
Finalmente, Amelia apagó la computadora y
salió al balcón. Una tímida luna detrás de los edificios la miraba con
tristeza. Rompió en llanto y se sintió ridícula y avergonzada de haberse
enamorado de un desconocido a quien nunca vio, tocó, o escuchó. Su amiga tenía
razón. Se puso el abrigo y se marchó al bar de siempre. Pasaron las horas entre
trago y trago y baladas tristes. "At last my love
has come along, my lonely days are over and life is like a song, oh yeah..."
Pensó en que podría marcharse con uno de los
tantos hombres solos que buscaban compañía pero pagó la cuenta y se marchó
sola.
Volvió a casa muy despacio, casi contando los
pasos. Las calles vacías olían a orina. Una tenue llovizna acariciaba la noche
y hacía frío. Dio una vuelta a la manzana demorando su llegada. Se le cruzó
veloz un gato negro. Se detuvo en una jardinera de escualidos geranios con la
extraña sensación de estar perdida. Se miró los pies y pensó si sus zapatos
habrían pisado alguna vez las calles que Maldoror transitaba.
A lo mejor vive en otro país, en otro continente...
o la vuelta de la esquina.
Imaginó su mundo, su casa, su ropa, su
cuerpo. Recordó que nunca hablaron del lugar donde vivían; nunca se dieron
pistas. En su perfil tampoco mencionaba su barrio o ciudad. ¿No es
extraño que nunca me dijera o yo a él donde vivimos o trabajamos? ¿Qué clase de
amistad tuvimos? Habría detenido a cualquier transeúnte para que le
sirviera de interlocutor o de oráculo, pero todos caminaban de prisa sumergidos
en sus propios problemas.
La llovizna se volvió lluvia. Amelia se
incorporó y continuó su camino tratando de resguardarse bajo los aleros de las
casas. Una calle más abajo Maldoror subía al autobús 14 y se sentaba donde
siempre: tercer asiento, ventana izquierda.
Malavida cruzó la calle mientras el autobús
14 esperaba en luz roja. Nunca se vieron.
FIN