María Fernanda Andrade



Nos mudamos.
El designio le ganó al silencio.
Ha llegado el invierno y nos tenemos que ir.
Nos dejarán unas llaves en lo alto del umbral
está segura nuestra salida.
Los alces nos miran sospechosos en el medio del ramal
el refilón de los copos surca el aire de cándida espera
un par de tibias vasijas nos esperan en el diván.
Pajales y María están en la boca del vulgo
Hemos decidido partir, partir la cacerola, partir sin prisa
Y no sabemos si nos cargaremos;
vos en tu espalda o yo sobre mis puntillas.
El auto nos espera.
La nodriza está lista para empacar todo mi pelaje
consumido cada navidad por la raspa de la chimenea.
El fuego no era culpable de ver a los -peros- inflamarse.
Vos no eras la mala razón, no
eras posadas, brandy, vida sana…muerte lenta.
Nos sacábamos los zapatos en la grada del recibidor
y las alegrías domésticas nos recibían, esa era nuestro vicio.
Qué haremos ahora que perderemos la razón,
El esqueleto, el referente de los conceptos.
Me moverás al hemisferio izquierdo
 y sobre él como un cardo  
me llevaras al centro de mesa, donde me rememores como un tapete.
Mudamos de células, de escamitas
 que se tejen solas por las noches
Tenemos hijos y granjas y futuro hechos por nuestra piel muerta.
 A tu septiembre alérgico lo acomodaremos para más tarde,
mientras arropamos el polen en las dispuestas manos.
Nos tomamos fotografías en solo, para llevar costumbre
Más tarde en primavera
a nuestro antojo cocinaré más cilantro,
que lo podrán oler desde el norte, los alces y los montes.
Los chicos prepararán té a nuestros nombres
y sus descendencias heredarán talvez nuestros silencios
Estamos listos.
Nos mudamos, nos vamos.