Caballo de aquel samurai (21-09)




DON JOSÉ ACORDEÓN DE HUESOS

A los amores danzantes


De niño fue alumno del buey, descalzo y en silencio avanzaba siguiendo el arado, con manojos brillantes de semillas de trigal. Por las tardes iba a misa a aprehender maravillado, como el cura de la parroquia de barro entonaba villancicos con aquel acordeón alemán.

Pero de tanto regar la tierra, de caminar inclinado en gratitud, desarrolló temprana joroba, y el joven José, con el acordeón del religioso en el pecho y su giba de morral, amenizaba cumpleaños, bautizos y velorios.

Ya maduro, con los huesos del viejo buey fallecido, armó la osamenta de un acordeón y con el corazón, tejió las olas del vientre musical. Sentía profunda tristeza por la muerte del animal, bebía puro y cal en la mesa roja de la cantina.

En soledad internaba su alma, en el alma sonora y flexible de su maestro gigante y humilde.

A los cincuenta, cuando la edad ya no se cuenta, tocando su acordeón en las fiestas del Carmen, se imantó de una campana vestida de rosas. Era la danza de las campanas y ella Campana Reina. Tocando y bailando por el camino, en plena fiesta encendida, escaparon  hacia siempre… Y don José dejó de beber.

Caballo de aquel samurai (16-09)


 
 
TZA-NA  y TZA-NOS 
 
A Tzor
Era invierno en la muralla china y en la noche luna llena. Yo me deslizaba sobre mi sombra de nieve cuando un copo blanco se introdujo por mi nariz y la sombra de ella de pronto reemplazó la mía.
 
Su silueta de dragón había disuelto mi sombra de caballo, aunque en su cabeza era notoria la cabellera rojiza y humana.
Con un abanico de seda cosquilleaba las plantas de mis pies y yo para no lastimar el perfecto silencio de siete noches y siete leguas, contenía la risa mientras mi boca se inundaba por dentro de lágrimas.
Cuando más contenía la risa, más se llenaba mi cuerpo del llanto interior que mi actitud provocaba. Pero ya no pude más, mi cuerpo estalló como aquel capullo de lotos y el dragón con la aguja de su lengua  empezó a bordar la noche de estrellas, que realmente eran letras de un abecedario infinito.
 
Luego del estallido de mi cuerpo, pude ver a mis ojos, contemplando extasiados como nacía la primavera, en los balcones de la muralla, en la luna y en la tierra.

Caballo de aquel samurai (11-09)



ENCUENTRO EN CUARTA DIMENSIÓN

A Rayita

Anoche cuando volvía a la ciudad, en una estación del viento me encontré con un ángel canino; en vida fue ella y partió en plenitud de infancia.

Tenía el  color de las mañanas en la luna y un rayo creciente alumbraba su frente.

El ángel mordía mis zapatos, recientemente abonados por el vapor de las olas de la tierra.  Después lamía una pulga luminosa y saltarina, en la ola de su vientre.

Con las alas abiertas se suspendía en la brisa, que dibujaba su mirada de niña en el lienzo traslúcido de la luna creciente.

El olor del sereno crecía y la pulga saltaba a mi mano en vigilia.  

Hilos de brizna envolvían nuestros cuerpos, y yo dejaba la luz saltarina, en la gota más niña.

Mientras la pulga viajaba en su líquido vuelo, el ángel me abrazaba, inhalando mi vida y exhalando su alma.

Con el  silbido profundo del tren sin cuerpo que se acercaba, nos fuimos desintegrando y al mismo tiempo integrando a la nota Siii, rumbo al tímpano de Dios… en donde anida el siiilencio.