Caballo de aquel samurai (21-09)




DON JOSÉ ACORDEÓN DE HUESOS

A los amores danzantes


De niño fue alumno del buey, descalzo y en silencio avanzaba siguiendo el arado, con manojos brillantes de semillas de trigal. Por las tardes iba a misa a aprehender maravillado, como el cura de la parroquia de barro entonaba villancicos con aquel acordeón alemán.

Pero de tanto regar la tierra, de caminar inclinado en gratitud, desarrolló temprana joroba, y el joven José, con el acordeón del religioso en el pecho y su giba de morral, amenizaba cumpleaños, bautizos y velorios.

Ya maduro, con los huesos del viejo buey fallecido, armó la osamenta de un acordeón y con el corazón, tejió las olas del vientre musical. Sentía profunda tristeza por la muerte del animal, bebía puro y cal en la mesa roja de la cantina.

En soledad internaba su alma, en el alma sonora y flexible de su maestro gigante y humilde.

A los cincuenta, cuando la edad ya no se cuenta, tocando su acordeón en las fiestas del Carmen, se imantó de una campana vestida de rosas. Era la danza de las campanas y ella Campana Reina. Tocando y bailando por el camino, en plena fiesta encendida, escaparon  hacia siempre… Y don José dejó de beber.