Boris Idrovo Vintimilla

Invitado especial


  


Ligero anecdotario de un masón libertario con pretensiones de hidalguía (que también era un poco raro)

 
Introito

El primer Páez Cordero que conocí fue el Rodrigo. Él, seguramente no se acuerda, pero fue entre los compases de ópera y las escuadras que alineaban su atril de Orador, donde, indignado por la exclusión del Wagner en el trabajo de turno, a punta de sarcasmos, secó mis lágrimas incitadas por el Puccini y el Verdi (canalizadas por el propio A.V.), y las convirtió en una risa que tendía a carcajada. Me cayó como bien… me presenté, y, como debe ser, conversamos un rato[1].

 Una vez concluidas las araucanas y sabatinas peroratas, pasamos a ese reflexivo y fraterno compartir que los viejos griegos llamaban ágape, y que estos nuevos epicúreos lo ven (veían) casi exclusivamente como condición necesaria para la existencia de un  post-ágape, calibrado por los muy queridos broderes: Daniels, Grants, Walker, y otros más lejanos, cuyos apellidos deberían escribirse en cirílico, o más cercanos, que  resultan ser un tanto más tropicales…y secos. Por supuesto, ni dudarlo, todo esto se matizaba con efluvios verdes que se diluían en humeantes arabescos.

 Es ya, en medio de esta batahola, que el Rodrigo me presentó a su hermano:

 Alexei Páez Cordero, me dijo, poniendo énfasis en su segundo y cuencano apellido; Boris Idrovo Vintimilla, le dije con algo de sorna, acentuando mi segundo y azogueño apellido…reímos, por supuesto… (luego, a lo largo de los años, muchas veces jugaríamos a pelear noblezas: él diciéndome “azogueño”, y yo recordándole que el viejo Luis Cordero –“mi bisabuelo” que decía Páez- era de Déleg nomás…). 
 

Un gentilhombre medio raro

Y, es que más allá de los apeshidos[2], el Alexei sí vivía en una muy extraña, decadente y rancia aristocracia. Conocedor profundo, entre muchas otras cosas, de la historia monárquica de Francia, parecía añorar los tiempos en que los hidalgos eran objeto de pleitesía por todos quienes tenían la suerte de encontrarse con ellos; y, como Roberto de Artois[3], uno de sus personajes favoritos, amaba la buena mesa, el buen vino y la buena carne, incluidos algunos mariscos, aunque en su último año de vida, procuraba no comer camarones, uno de sus platos favoritos, “para no sobrecargar el hígado”; por otro lado, en la perspectiva de que sentía un olímpico desprecio por el dinero, cuando lo tenía, parecía hacer todo lo necesario para deshacerse de él lo  más rápidamente posible. Me acuerdo que, sobre esto, en nuestras tropicales campañas, al segundo o tercer día -esto es cuando empezábamos a hablar de amores- relataba que mientras hacía su doctorado en York, un Páez apasionado y bruto[4], como también podía serlo, decidió venir a visitar a su “Mega-Nena” exclusivamente por el fin de semana. Le importó un bledo lo que eso podía costarle en términos monetarios, pues el goce del amor, en todas sus formas, superaba con creces esas nimiedades.

Aristocracia extraña, rancia y decadente, de la que un buen masón sí puede ser prototipo. Esto, a cuenta de que también  a través de los placeres –carnales y/o intelectuales- puedes elevarte a estados de conciencia que alguno podría llamar iniciáticos. Quisiera aclarar, que para alcanzar los placeres intelectuales no es irrestrictamente necesario hablar de –por ejemplo- la teoría crítica. También los puedes alcanzar viendo y comentando –a falta de cable- el programa de la doctora Polo…o el de “Vamos con Todo”. Sobre todo, porque a cuenta de ello, esos placeres se vuelven verdad a carcajadas.  Me acuerdo del Páez, extendido cuan (medianamente) largo era, vaso en mano y ciento esperando, comentar lapidario alguna aseveración de “Arena” cantante y presentadora de VCT: “el mejor tono al que puede llegar esta… es el silencio”, y de que rato después, el mismo día, y a cuenta de que se hacía campaña a favor de la abolición de las corridas de toros para evitar el sufrimiento del animal[5], afirmó tajantemente que también debería prohibirse el divorcio, puesto que “por lo menos, uno de los dos animales sufre”…Así era nuestro Alexei, a ratos misántropo y misógino, que, pleonásmicamente, a veces repudiaba a la humanidad y a las mujeres. Esto, por supuesto, no le impidió amar profundamente a algunos algunos y a muchísimas algunas.

Extraña aristocracia, vuelvo y digo, porque, aparte de ver a la doctora Polo y a VCT, nuestro hermano tenía gustos extraños que, podría suponer, le generaban la posibilidad de burlarse de sí mismo, casi tanto como de los demás. Por ejemplo, el excusado que tenía en medio de la sala de la última casa que habitó (Duchamp que le decía), era el vehículo que utilizaba para fantasear ineluctables polvos in situ, con jovenzuelas abrumadas de cristianismo o cocaína (la verdad, creo que sí se pegó uno que otro)… para luego –macho al fin-  contarlos con pelos y señales. Pero, que quede claro, esa capacidad de fantasear no estaba enclaustrada exclusivamente en los laberínticos andurriales del sexo, sino que la usó también para construir mundos utópicos que, supongo, quiero suponer, tenían la función de protegerlo de este.

 

Un masón libertario

Debería ser pleonasmo (lo de masón libertario digo), pero difícilmente lo es. Depende de quién es el hermano, de lo libertario que sea, y de lo masón que pueda ser. El “Viejo Páez”, como yo le decía, sufría de los dos males. Pese a sus intermitentes misantropías y/o misoginias, parecía tener claro que su yo era más libre en la medida de buscar  la libertad de los otros. De ahí su exacerbaba su capacidad de indignación frente a todo autoritarismo, y, también, su exacerbada capacidad de expresarla estese donde estese, y sin importar con quien estese. Pese a mis océanos mentales (hace rato que ya dejaron de ser lagunas),  creo recordar que, siendo subsecretario, o algo así,  mandó al mismísimo Ministro de gobierno del Abdala, a pernoctar desnudo en la mismísima casa de la Berta, a cuenta de que consintió la rapadura de algunos roqueros que llegaron –creo que a Ambato- a un concierto. La policía los esperó en el terminal para –siempre brillante ella- llevar sus cabelleras como trofeos.

En realidad tuvo algunos pequeños devaneos con el poder, pero mientras estuvo ahí en ningún momento intentó dar a su permanencia una continuidad artificial, y peor aún santificar los medios por los fines. Un fin libertario, implica necesariamente medios libertarios[6]. De ahí que con relación al presente gobierno siempre habló de darle “un apoyo crítico”…de ahí que se burló de las preguntas de la consulta popular que hacían referencia a la libertad de las personas a elegir (toros y casinos)…de ahí que se indignó ante el anuncio de Correa, luego de los despidos masivos, en el sentido de que efectivamente habían infiltrados de inteligencia en las instituciones públicas en la perspectiva de observar quienes eran o no corruptos…Pero, hay que ser veraces, siempre dijo estar de acuerdo “con el proyecto”.

Este espíritu libertario también le permitió no ser obcecado en sus gustos musicales. Simplemente, odiaba la simpleza -de la música nacional por ejemplo-,  y pese a no tener tan buen oído (cuando le decía esto, sus ojos transmutaban en carbón encendido), tenía una muy alta capacidad de elección musical. En los dos o tres últimos años de su vida, en medio de andanadas de Black Sabbath, Metallica, Led Zeppelin, Apocaliptica, o Nina Hagen, una suerte de nostalgia le hacía convocar a largas tertulias  a Jhon Denver, Los Carpenters, Simon & Garfukel, y a Lorena McKennitt (cuya música, decía, él había sido el primero en traer al Ecuador).

Masón libertario, digo también, porque nuestro ñaño, como William Godwin, o como Kropotkin[7], prefería el debate público a la conspiración, y, personalmente creo que una de las mejores tribunas para ello era -y sigue siendo- nuestra Orden.  Ahí viejo Páez se refocilaba en el lodazal del conocimiento, y en  la perspectiva de alcanzar una verdad absoluta que sabía inexistente. Sin embargo, su gozo más grande lo encontraba en la fraternidad (así, con minúscula, como virtud), en el dar y recibir afectos atravesados por los aguardentosos vahos de un post ágape interminable. Es desde ahí que he querido escribir este texto, desde los afectos, y no desde una Academia (a la que, además, no pertenezco) que lo recuerda como erudito, brillante, experto en múltiples disciplinas, inteligentísimo... Además, para qué…eso, ya lo sabe todo el mundo.

 

El descubrimiento de la Tropisalia (Anexo)

1994 (más o menos).

El viejo Páez había sido parte del comité organizador de un concierto de Rock en la plaza de Guápulo.

El viejo Páez –a cuenta de  la leve tendencia a figuretear que le adornaba- había conseguido ser  el maestro de ceremonias del susodicho concierto.

Nos encontramos en las previas. Mientras los otros organizadores deambulaban raudos por toda la plaza, acomodando tarimas, parlantes y demás artilugios necesarios, nuestro ñaño se encontraba lánguidamente sentado en una de las banquitas de piedra de la plaza. Me saludó con cara de aburrido…e inmediatamente sacó, de alguno de sus insondables bolsillos, una media de trópico que, es de suponer, recién había comenzado a trasegar.

Es de suponer también que los roqueros de mediados de los noventas, habrían sido un tanto curuchupas y/o mojigatos, puesto que el viejo Páez no quería ser visto en compañía del trago.

“Verás –me dijo, después del primer sorbito- para que no nos vean chupando, compremos una chica de tesalia, la mezclamos con el trópico…y tomamos tropisalia…”

“Bueno”, dije yo, después del segundo sorbito.

Dicho y hecho. El Páez asumió su rol de maestro de ceremonias, y cada vez que terminaba de anunciar lo que tuviese, o a quien tuviese…pronunciaba mi nombre seguido de la inefable frase “a la tarima”, con el no tan sancto propósito de que mientras los artistas artisteaban, consumiésemos la novísima invención.

Luego de tres viajes a la tarima, la lucidez paesiana (la mía ídem) se había consumido un tanto, mientras que el brebaje -ese sí- se había consumido por completo.  No hubo más remedio que desviar el camino hacia la tienda de doña Rosita, proveerse de una nueva dosis, para luego volver el paso a la derecha, y retomar la ruta tarimera…

Al final, la lluvia nos obligó a terminar el concierto dentro de la iglesia… pero esa, como dicen los fanáticos de los clichés, ya es otra historia…

Es aquí, en este episodio cuando, aparte de hermanos nos hicimos verdaderamente panas. Y, ahora, mientras escribo esto, me voy a buscar una de trópico, y a escuchar esa pinche canción de los Carpenters con la que me atormentaba… We've Only Just Begun to live…que traducida sería algo así como “recién hemos comenzado a vivir”…
Salud!

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[1] No exagero. Yo guambra, carca de veinte y pocos, me quedé anonadado con un trabajo que se presentó en logia sobre la ópera, y que estuvo atravesado por videos (me imagino que a través de un  beta-max), que fueron exacerbando mi sensibilidad… hasta que terminó con el propio Nessun dorma, momento en el cual me puse a llorar como niñito. El Rodrigo se cabreó porque casi no se le tomó en cuenta a Wagner.
[2] Léase el término en voz alta y con acento quiteño por favor.
[3] Si tienen curiosidad, revisen “Los reyes malditos de Francia”, de Maurice Druon. Tomos del 1 al 6.
[4] O brutalmente apasionado…
[5] El Alexei nunca estuvo de acuerdo con que se incluyera esta pregunta en la consulta popular. Tampoco con la relacionada a los casinos.
[6] Esto, por si acaso, lo digo yo mismo. Parafraseando a un hermano.
[7] Ver texto “El Anarquismo” de George Woodcock.