«Ese ateo de conciencia bajó a los infiernos con su
cabeza bien alta, cuando le presentaron el Paraíso.
Igual, el condenado, en el patíbulo.
Igual, el condenado, en el patíbulo.
-Yo
estuve dispuesto a que te alimentes
de mis vísceras. Tú.
«Van a ser tu alivio.»
Porque el hambre se venía.
Que cobijaras
con mi cadáver tu cuerpo
-ahora, caracoles y escarcha. La calavera empieza a
emanar su hielo-,
en el invierno, la víspera.
Esa saliva dejada a secar alrededor de tu boca,
esa pasta de tus labios, ya se alivia con una humedad
nueva,
mientras que brotan dos hilos de sangre
-tus colmillos
lograron en esta yugular, tuya-,
hacia ese tiesto temblando en tus manos.
Fue mío el cráneo –ahora mitad-. Tuyo.
Tu hogar, mi corazón,
y alimento.»
(Extracto poético de El Celo de los malditos)