Ana
En la
lánguida mirada adolescente.
En la
sonrisa impúber donde duerme el silencio.
Entre
la imperceptible división de mar y cielo
y
entre las olas pálidas que dibujan la paciencia.
Con
las aves en vuelo asaltando suspiros.
Al
final de las arenas que besan a la tristeza
y en
medio de un sol que roza los labios pálidos de Dios.
Allí,
en el perfumado instante de la creación.
Allí
estás tú.
En un
universo del cual tengo incipientes referencias.
En el
castaño oscuro de tus cabellos.
Entre
los amplios valles que rodean tu ombligo.
Al
centro del laberinto concéntrico de tus ojos
y siguiendo
tus pasos musicales y precisos.
Alrededor
del risco arcilloso de tus pezones.
Embriagado
por el olor a brisa de tu sexo
y en
tu risa de gorjeo, de hilo de agua entre rocas.
Allí,
en tu lágrima azul y tu inocencia plácida.
Allí
estoy yo.
En
voluntario encierro, sin querer encontrar la salida.
Kikina y Joaquín
Acurrúcate
en mi pecho gata mía
y
vamos juntos al asalto
de
esas terrazas negadas por la espera.
Deja
que te muerda suavemente mi gata,
déjame
lamerte con pétalos y pensamientos,
con
segundos que se deshojan en memorias carmín.
Deja
que tus temores se derritan,
mientras
entrelazo mi cola con la tuya,
que se
evaporen vagando juntos por los tejados
o
compartiendo un plumífero.
Deja
que vaya raudo
al oir
tus maullidos dolorosos,
permite
que mi lengua áspera
alcance
tus legañas llorosas,
para
tornarlas en ronroneo continuo.
Regálame
una caricia otra vez,
de
aquellas que brindas a los chiquillos,
debes
saber, mi gata, que yo también
inhalo
ilusiones en las esquinas de la vida.
Toma
mi pata y alejémonos de estas avenidas
que
nos angustian con su frío y desidia.
Vámonos
lejos de estos parques estériles
infestos
de esas ratas que tanto te atemorizan.
Vamos
a un universo de tinieblas con luna,
en el
que los gatos somos de plastilina multicolor.
Partamos
Kikina, hacia ese espacio
donde
no llega el cansancio,
donde
las orejas no se untan con manteca.
Vamos
en busca de ese cojín infinito
donde
se curan desamores y dolores de panza.
Donde
podemos retozar
sin
temer a la angustia ni a la despedida.