Alexis Oviedo / Poemas: "Ana" y "Kikina y Joaquín"



Ana

En la lánguida mirada adolescente.
En la sonrisa impúber donde duerme el silencio.
Entre la imperceptible división de mar y cielo
y entre las olas pálidas que dibujan la paciencia.

Con las aves en vuelo asaltando suspiros.
Al final de las arenas que besan a la tristeza
y en medio de un sol que roza los labios pálidos de Dios.

Allí, en el perfumado instante de la creación.
Allí estás tú.
En un universo del cual tengo incipientes referencias.

En el castaño oscuro de tus cabellos.
Entre los amplios valles que rodean tu ombligo.
Al centro del laberinto concéntrico de tus ojos
y siguiendo tus pasos musicales y precisos.

Alrededor del risco arcilloso de tus pezones.
Embriagado por el olor a brisa de tu sexo
y en tu risa de gorjeo, de hilo de agua entre rocas.

Allí, en tu lágrima azul y tu inocencia plácida.
Allí estoy yo.
En voluntario encierro, sin querer encontrar la salida. 



Kikina y Joaquín

Acurrúcate en mi pecho gata mía
y vamos juntos al asalto
de esas terrazas negadas por la espera.

Deja que te muerda suavemente mi gata,
déjame lamerte con pétalos y pensamientos,
con segundos que se deshojan en memorias carmín.

Deja que tus temores se derritan,
mientras entrelazo mi cola con la tuya,
que se evaporen vagando juntos por los tejados
o compartiendo un plumífero.

Deja que vaya raudo
al oir tus maullidos dolorosos,
permite que mi lengua áspera
alcance tus legañas llorosas,
para tornarlas en ronroneo continuo.

Regálame una caricia otra vez,
de aquellas que brindas a los chiquillos,
debes saber, mi gata, que yo también
inhalo ilusiones en las esquinas de la vida.

Toma mi pata y alejémonos de estas avenidas
que nos angustian con su frío y desidia.
Vámonos lejos de estos parques estériles
infestos de esas ratas que tanto te atemorizan.

Vamos a un universo de tinieblas con luna,
en el que los gatos somos de plastilina multicolor.
Partamos Kikina, hacia ese espacio
donde no llega el cansancio,
donde las orejas no se untan con manteca.

Vamos en busca de ese cojín infinito
donde se curan desamores y dolores de panza.
Donde podemos retozar
sin temer a la angustia ni a la despedida.