Salomón Cuesta / LA MELANCOLÍA DE JULES








¿Calor o frio? No puedo definir ¿húmedo o seco? No siento ¿claro u oscuro? No se pero percibo los elementos y las formas, sin color, textura o forma específica, pero se que una silla es una silla y no es la bacinica de las deyecciones, pero se que las formas son definibles sin saber si es día o noche, defino las formas y se diferenciar las ratas que carcomen las pústulas de mi cuerpo, del pene llagoso que cuelga del que supongo es mi cuerpo,
Ni futuro ni presente. No tengo frio aunque las pringosas babas que envuelve la piel impiden el frio o ¿no? Tirito o solo, no se, transpiro o son mis orines y heces encharcadas en la lana apelmazada con las liendres muertas, las pulgas no existen creo que las extraño, pero ya abandonaron el lugar, creo que se ahogaron en las miasmas de mi angustia, de mi abandono, del olvido.
Absorto, pero… no se que es estar absorto, no tengo la sensación de arrebato, solo una sensación de un no-sentido. Miro el paisaje y me pregunto ¿qué miro? todo a mi alrededor estaba invadido de colores extraños que encandilaban y obnubilaban. La penumbra era invadida de la luz, como si de pudor se tratase, era como vestir la penumbra de un pulcro sentido de castidad. Me ubico. Es el amanecer, pero bien podría ser el apocalipsis. La luz del orto envolvió el espacio y al mismo tiempo atrapó de una maravillosa sensación de desesperación, de sueño interrumpido o de vigilia fracasada.
La sensación de maravilla cercó el espacio y atrapó toda cosa o ser viviente que  me acompañaba ¿hermosa sensación? Las ratas huyen a la luz, solo se desvanecen en los intersticios del entablado, como los recuerdos en los intersticios de la memoria. Sí, hermosa es la luz, pero pronto llego el hastío, pues se convirtió en una trampa que envolvió todo, como una cerca aprisionarte y redujo el espacio a una nada asfixiante un presidio enmascarado de belleza, una reclusión que forzaba al espíritu hasta los límites de la flaqueza y hacía al cuerpo encorvarse del dolor y el miedo dentro del claustro de luz.
La luz como belleza no me convence ni sabe ser elocuente para mis sentidos solo parece un fulgor pacato que oculta la bella desnudez de la oscuridad, la que se puede palpar, la que sabe a moho, vino y orín, la que es fuente de sal y miel, la que permite abrazar lo inaprensible y saborear los sabores que flotan en el ambiente o en las comisuras de las muelas, las que guardan el olor y el sabor de una espléndida mesa. Mesa de viandas olorosas y sabrosas solo percibidas en el no-color, en el no-sabor.
La prisión de la luz dura eternidades, pero dura solo lo que dura los minutos del amanecer, cuando la noche se hace día, el oriente parece ser el lugar de donde escapan los fantasmas de la mente, aquellos seres imaginados que son los más dolorosos, los que engullen a los seres a dentelladas y los deyectan en pedazos, en partes a medio digerir que no hacen un ser con forma, pero se conectan entre si, cada pedazo siente el dolor de la separación y del diente que desaforado rompió y separó la carne. Cada pedazo tembloroso como un ser doliente por su propio dolor, presente e inexistente, pues cuando no hay ser, supuestamente no existe dolor.
Fantasmas que se solazan en la desidia del preso, la penumbra del orto se vuelve en un alimento del exceso, los cuerpos del trémulo imbécil, la prisión convierte al presidiario en lujo extraordinario para el fantasma que convive en la oscuridad del penitente,  es un fausto espacio donde se da desenfreno a los sentidos, desenfreno que disloca todo equilibrio de la luz y la tiniebla, farsa liberadora que se convierte en espacio de tortura inmisericorde, que conmueve el espíritu hasta diluirlo en las babas cáusticas de los fantasmas del amor y la frustración.
Pero el crepúsculo, solo lo que el crepúsculo dura, solo unos minutos o todo una vida. Solo unos segundos o unos segundos dilatados hasta el tamaño de la vida, hasta el tamaño del juicio y de la razón, en lo que dura la memoria del individuo, en lo que dura la vida del penitente confinado a la cárcel de luz crepuscular, en un espacio liminal entre la noche y el día. Entre la simiente y desazón del espíritu, atrapado en la carne viva, pero que fungen de despojos irrigados por las miasmas del dolor de los recuerdos y de la experiencia que provoca el saberse atrapado en la cárcel de la belleza, en donde el amor solo puede convivir con los fantasmas que lo representa. Ellos, quienes se aprovechan minuto a minuto, en cada una de las infinitésimas de la existencia de la necesidad de aquella extravagancia que parece ser el deseo, de carne, de vida, de ideas o de la simple contemplación de las paredes de tu presidio.
Los sabios o aquellos que se dicen sabios o de quienes dicen que son sabios,  afirman que por cada vida salvada el camino a la arcadia está garantizado ¿arcadia? Una felicidad aprendida desde la cuna o desde la cárcel materna, en la cárcel de la gestación, la cual nos prepara para la muerte, lenta e inexorable, a todas las personas. Si no salvaste ninguna, la propia salvación de tu ser es equivalente y te regalan la vida misma y la certeza de vivir un paraíso políptico imbuido de lo mas caro de la esperanza de un paraíso, de un universo que solo podrá ser disfrutado después de la muerte.
Muerte acariciada y soñada que configura la vida, que parece tragedia y se convierte en esperanza, muerte que es el refugio de una vida estocástica, guiada por la mano invisible del azar, donde todos los seres, sean o no reales se convierten en juguetes de un destino que se convierte en tragedia. La luz me resulta trágica hiere el cuerpo y los recuerdos, duele en los ojos y en lo integro del ser, su sola presencia provoca eccemas en el alma que no se pierden con ungüentos ni con fetiches, ni con oraciones, las mantras no existen solo los sollozos que se amplifican con cada suspiro, nadie los puede oír, solo el ser doliente, el cuerpo que está atrapado en el crepúsculo, quien apela al tiempo para que pase todo rápido, para que el dolor se convierta en podredumbre y así poder desechar el miembro, el apéndice, el colgajo, el despojo del recuerdo, el despojo imaginado o el despojo  real. El que abarca un sentido, se prolonga a todos e invade al cuerpo con pus, miseria e impotencia.
Tengo el sentido que más duele invadido por la pus. Dicen que el todo es la parte, totum ex parte: la parte vale por la cosa entera. Los dientes, la saliva, el sudor, las uñas, los cabellos..., representan íntegramente a la persona, lo que dicho sea de paso, no es, en principio, ningún absurdo biológico, como tampoco lo sería para el dolor convertido en fractal, repitiéndose al infinito desde el ser o del infinito al ser, no importa la escala con la que se observe, este sigue con la mismo aspecto, solo que eso lo puede definir la persona que lo sufre. Para otros dolor y sufrimiento valen, lo que vale la bacinica llena de heces secas remojadas por el roció del amanecer.
Otra vez me percato de la baba pringosa. Veo mi cuerpo cubierto de una sustancia espesa y acuosa, por un momento parecía los rezagos de lúbricas acciones, pero había una sensación como si las nervaduras de todo el cuerpo hubieran brotado al unísono en los sordos sonidos de la noche, como si la piel se hubiera diluido y como si el cuerpo estuviera sostenido únicamente con el aire, con un aire que en ese momento se sentía denso, escaso, atosigante y con un olor alquitranado que embotaron los sentidos. Como si por todos los poros se escaparan fluidos vitales que diluían el cuerpo, la tristeza y la alegría. Ni dolor ni placer, solo una sensación de descomposición cuando los olores de las deyecciones se mezclaban con el aroma a alquitrán.
En la penumbra del momento, los líquidos antes de volverse pringosos se convierten en líquidos limpiadores, pero no es agua es sangre que brota de las uñas o creo que más bien brotan de los surcos hechos por las uñas, del cuero cabelludo después de que las uñas arrancaran la piel, del pelo del pubis desterrado de su fin libidinoso. Realmente estoy ensangrentado, la visión me produjo pánico, exploré cada parte de mi cuerpo en busca de heridas. Palpé todos los orificios deyectores con un pudor y miedo, mientras tanto, podía oír un corazón palpitar y la falta de aire volvió torpe mis movimientos. El olor metálico de la humedad envolvía mi cuerpo, el pánico era acompañado por  el sopor  de una jornada de sueño que había conseguido desgastar las energías y alebrestar la esperanza del descanso.
Quisiera ir a un mundo donde no tenga que esperar ni la muerte ni la vida, un mundo donde no tenga la angustia como el ente que colma los segundos y las infinitas infinitésimas. La angustia se introduce en el cuerpo, se convierte en carne y vive cosas que yo no las quiero, pero que ahí están, maneja mis músculos y controla mis pensamientos. Sus vivencias se convierten en carne ella está en mi cuerpo y mi cuerpo es ella simultáneos y perennes.
Pasiones vienen y devienen, en búsqueda de los intersticios de los recuerdos o, mejor dicho, salen de los intersticios de los recuerdos, la alegría se transforma en ira, la ira trae la venganza de la frustración por los amores olvidadas, por las deslealtades, por las carne y el espíritu traicionado, pero luego una sensación de sumisión total al recuerdo, a la dicha de recordar aquello que ya pasó, que lastimó, pero que es el único y verdadero contacto con la vida, es el hilo de seda que une a la desesperación del momento con la realización de una vida disímil, disgustante, angustiante, enervante. Llego a la depresión quietismo total, donde los recuerdos y alegrías se transforman en llanto y unas ganas de saborear la hiel de las alucinaciones y visiones de sueños no realizados, de sueños no soñados como un martillo candente que oscila entre el abatimiento y la euforia, pero ya no se diferenciar la risa del llanto, ni sentir si es un estado o si eso es lo que sienten los muertos ¿los muertos sienten? ¿la muerte se siente?
Deliro o pienso o solo siento. Siento que el cuerpo está corrompido por el amor, por aquello que dicen que es amor. Recuerdo el pasado o soy el pasado, solo el no-sentir es perfectamente predictible, perfectamente aprensible, porque no se necesitan de otras cosas más que el doliente y sus fantasmas que agreden, pero también acarician, pero ahora no tengo piel ni dedos para acariciarme. Tengo mis manos, veo mis dedos, veo que puedo tocarme, pero sin ninguna sensación, creo que me abandonó la piel, pero también me abandonaron los fantasmas, los eternos acompañantes del dolor, extraño a las pulgas y las liendres muertas no son compañía, pero lo importante es que acompañan.
Esto es melancolía digo con voz fuerte, pero la voz no sale, abro la boca pero no siento que esté abierta, mi cabeza se estrella en la piedra del piso, pero no duele creo que la boca está abierta, porque siento las liendres y la defecación de las ratas, quiero escupir, no hay reflejos, pero la saliva diluye la mierda, ya no siento los granos secos de las liendres ni el pungente sabor de la mierda del roedor, no siento saliva, pero está ahí diluyendo la lengua y las paredes del paladar, creo que poco a poco se diluirá la garganta, el esófago y todas las entrañas ¿soy espectador o soy actor? Creo que en realidad soy el continente de la disolución de la carne, una vez que el espíritu se ha ido  o ¿quizá sea el alma?.
Dios, el diablo, los ángeles ¿dónde están? la virgen, creo que ella me desea y me posee secretamente, me resisto a sus encantos, pero sucumbo a su deseo y mi deseo se convierte en culpa de no sentir placer y de la obsesión por morder sus senos , pequeños y siempre con los pezones erectos. Me erecto, el deseo rompe las venas de la caverna fálica, pero ella se resiste, pues sería imposible penetrarla por su condición de virgen. Luego me doy cuenta de las pústulas del pene, que ya no se me erecta, es solo una fantasía, porque ni siquiera puedo emascularme por el deseo fornicador. No importa el pene se castiga a si mismo, secreta pus, las ampollas reventadas dejan salir la baba de la culpa
Salen líquidos del cuerpo, es como si la saliva corrosiva, la baba castigadora diluyera todas las partes del cuerpo que ha cometido pecado o que ha sentido pecado, no se si dios existe, pero si existe la baba liberadora, la que exorciza el demonio del deseo, sin embargo, no se que es deseo, solo se que es malo, ni mente ni cuerpo  es capaz de sentir y la piel no existe más, se cae a pedazos, grandes y pequeños, la piel se diluye, creo que la baba benéfica ha triunfado sobre la piel maligna, sobre el vehículo de los sentidos. Creo que me alegro, porque ya no siento, pero si me alegro quería decir que siento, pero no creo, aunque creer es confirmar que vivo. No importa parece que he llegado al mundo de la muerte, pero estoy en este mundo de luz, que quema la piel, creo que muero una y otra vez, pero me merezco el castigo, por pensar en los pechos de mi virgen , la madre de dios, pues en realidad ella no me seduce, yo la violento, pero ella férreamente cierra sus piernas.
No se si estoy acostado o revolcado sobre mi amasijo de carne y huesos, si es que floto o repto en mis deyecciones, pero no importa ¿estoy muerto?, poco a poco desaparecen las extremidades y los órganos, ya no necesito respirar, ya no necesito de su aliento, estoy muerto y los muertos no respiran ni necesitan alimento. Estoy muerto y con mi cuerpo espanto a mis fantasmas, espanto a los que tiene vida y a los muertos que se pudren bajo tierra o en las llamas de la funeraria, en el infierno artificial que anuncia su posición en el cosmos, el infierno en que les toca vivir, pero este es mi infierno, estar vivo, porque he sido culpable de sentir.

Miro mis pies, es como si aparecieran de pronto, como si de la nada se corporizaran, pies grandes horribles como los de una criatura deforme que necesita anchas patas para pisar el mundo, para lastimar el mundo. Es como si los pies fueran el contacto con el  mundo, me paro alcanzo a dar tres pasos, no llego al cuarto caigo como fardo, pero no duele, no quiero caminar, no quiero dar ni un solo paso, es que ya no tengo alma que me tenga en pie, al igual que los testículos y pene están llenos de ampollas y pústulas, veo mi pie y veo a la virgen, llega la noche, otra vez la luz liminal, es hora de volver a morir.