Adolfo Macías





ULTRAMAR

Soy de aquel grupo de estudiantes que desertaron. Mi padre me enroló al circo, pero escapé en una ciudad extraña. Su lengua es áspera y el pan no tiene levadura, no puedes separar una palabra de la otra. Antes era verano. Caminaba por las calles soñando con llegar a un salón donde se baila una antigua danza, pero terminé con un grupo de vagabundos en paro (lo mejor, cuando llega el invierno, es aprender a beber como un suicida). Me enamoré de la mujer guillotina, pero en un arrebato me cortó los miedos y me fui cantando. No sé en qué parada de bus nos perdimos el uno al otro. Vagué sin conciencia y empecé a añorar otras vidas, las que nunca tuve. Me subía a los tranvías y decía ser un doctor asaltado, cuya hija es un camello alado enamorado de una lámpara. Me daban plata y escogía algún hostal con música estridente. Las risas de prostitutas y traficantes se te meten en los sueños y las ratas te miran desde adentro. La mujer goma se colgó de un ala y yo corrí por el cementerio, buscando su lápida, pero había olvidado su nombre y la luna me atormentaba. Entonces quise regresar a mi patria, afán incierto: los sueños no tienen geografía y cambian de lugar como las manchas del leopardo. ¿Cómo saber de dónde vine? A esas alturas, los aviones eran pájaros de plomo vertical. Me quedé sin un pedazo de pan y aprendí el idioma. Como sangre de ovejas degolladas, el canto de los rabinos bajaba rezando por las piedras. Mercados fabulosos confundidos con sinagogas o letrinas retumbaban en sus lenguas. Conseguí algún oficio decente, de esos en que te pelas el alma, pero ya no aguanto. He fundado un hogar con la mujer espejo y con ella sueño criar plumas en mis omóplatos. ¡Mira, mira, aquí hay una! Se despierta exclama por la noche y brinca entre las sábanas, enciende la lámpara y extrae de mi espala algo leve como un copo de sombra; luego sonreímos, convencidos de que estamos tras la pista de un gran acontecimiento. Con ella, se puede creer que algo es posible, resistir un tiempo. A ratos escribo poemas en los que me comparo a un niño arrastrado por una multitud en desbandada cuando suenan los tiros. Me acicalo para salir de caza y bailamos como dos monos. Por las noches, mastico en sueños un oro sangriento y formo figuras en mi boca. Antes del amanecer las coloco en los agujeros de un muro frente al cual se arrodillan los borrachos.