Leonor Bravo / SUEÑO (Homenaje a mi hermana Sheyla ++)





Sheylita junto a mamá y yo


Otra vez volví a soñar con ella. En su planeta rodeado de nubes y neblina para que nadie lo encuentre, para que nadie conozca de que plantas tiene, ni qué gente vive allí. Su cara de color violeta sonreía y sus ojos, grandes como los de una vicuña, parecían estar llenos de peces. Alargaba su brazo para que tomara su mano, pero yo no podía. Tenía las manos amarradas para que no hiciera travesuras, eso dijeron; para que no rompiera nada, para que no pudiera trepar por las paredes y salir a la calle a jugar con los demás. 

Ella me llama y yo sé que algún día voy a ir a su planeta de nubes que está muy lejos de la Tierra. Lejos de todo; para jugar todo el día, para no ir a esa escuela en la que me pegan las monjas, para no hacer esos deberes que no entiendo, para no oírlos gritar todo el día, para que no me castiguen, para que no me toquen, para estar sola. Cuando yo llegue allá, también mi cara se volverá violeta, tendré los ojos grandes como los de las vicuñas y en los míos nadarán delfines y, tal vez, hasta ballenas diminutas.

A mi hermana le cuento mi sueño y con ella jugamos que somos extraterrestres y que la chica de cara violeta, el día en que se lo pidamos nos mandará un platillo volador para irnos muy lejos y no volver jamás. Pronto, muy pronto le diré que quiero volar donde ella.

Tengo miedo de contar, de decir, de abrir las ventanas de ese cuarto oscuro, lleno de secretos en el que vive mi espíritu; miedo a esos papeles que cada vez son más y han empezado a ahogarme, que cubren mis paredes, mis bolsillos, mi boca llena de palabras que llegan todos los días, que no me dan respiro, que me exigen sentarme a escribir. Palabras que salen por mi cuerpo herido, por mis ojos que tienen sueño, por mis manos cansadas. Palabras que se niegan a guardar silencio, a no decir, a callar. Palabras que son poesía. 

Escribo desde que era pequeña. Ya en el colegio, a escondidas de las maestras escribía, a escondidas de mi madre escribía. La poesía me ha dado felicidad y me ha traído dolor. Me expulsaron del colegio cuando unos amigos publicaron mi primer poemario, del que mi madre quemó la mitad y la otra desapareció en manos de la inspectora. Entonces no entendí por qué le tenían miedo a la poesía, a la palabra de una adolescente. Ahora sé que la poesía con su voz callada hiere a los necios, lima las ataduras que usan los tiranos, se ríe de los castillos de naipes de los fatuos. Tal vez por eso los poetas son vistos con recelo, son perseguidos o ignorados.

Tengo miedo a la crítica, a que aquellos que me admiran por esas letras escritas en la adolescencia piensen que lo que hice después, lo que he escrito todos estos años no sea tan bueno como aquello; que no sea nada más que un sueño, el invento de una muchacha perseguida por demasiados demonios. Miedo a ser leída, a verme expuesta, juzgada, conocida por dentro. Conocida más allá de la sonrisa, de mi belleza, de los debates filosóficos, del baile y las copas en los bares. Porque en la poesía está la verdad, cruda, sin afeites. En la poesía estoy yo, como soy. Sin trajes ni perfume. Ella y yo, a solas.

Ayer salí a correr por el parque, corrí toda la noche luego de tener, otra vez, un sueño de mi infancia. Allí estaba ella, la niña de rostro violeta, me llamaba, insistía en que fuera a su lado. Llovía y la lluvia, la enorme tempestad detrás de la cual no se veía nada, empezó a lavarme. Sentada en el tronco de un árbol recién cortado y cubierta por el agua la vuelvo a mirar. Le sonrío y le digo que aún no estoy lista, que no me espere, que tengo mucho por vivir, que no voy con ella, que aprendí a amar la tierra que tengo bajo los pies, que ya no anhelo su lejano planeta de nubes rosas. 

Llego mojada y abro el enorme baúl de mi madre, lleno de papeles amarillos de tanto no respirar. No temo mojarlos, ellos son más fuertes que yo. Ahora sé que ellos con su corazón de árbol son más poderosos que todos mis miedos y todos mis dolores. La poesía, que me hizo ver el mundo de otra forma que los demás, que me hizo sospechosa de locura, que me volvió marginal, que de alguna forma me hundió, esa poesía con su pecho de madre me salvará. Porque la poesía también hizo crecer raíces en mi cuerpo de aire, me ancló y ató fuertemente mis manos de agua a su molino. 

Por fin me duermo, el sol me da en la cara pero el cansancio es mayor. Allí está ella otra vez. En sus enormes ojos de vicuña saltan peces dorados, me sonríe y se despide, aunque sabe que no será la última vez que nos veamos. 

La poesía abre la puerta, me dice que quiere ver la luz, conversar con otras palabras, volverse carne y cuerpo. Ser más allá de mí y mi pequeña vanidad. Camino ahora con sol, seca la ropa y el ánimo. Me río, no importa lo que digan los amigos o los enemigos. Eso en realidad es lo de menos, lo de más es mi compromiso con la poesía, su deseo de andar. Voy a publicar mi poesía, es hora de dejar que hable mi sangre. 

Ayer se fue mi hermana detrás de su sueño. Voló donde esa muchacha de cara violeta y ojos de vicuña de la que siempre hablaba. Dijo que allá la estaban esperando, que nunca había sido de aquí, que ella era en realidad de ese planeta. Me dijo que allá no se sufría y que quería descansar. Yo no pude seguirla, no soy tan valiente como ella.