Fabián Patinho / MARIA NO QUIERE DESPERTAR








Hay días en que uno se levanta como si hubiera estallado una alarma muy adentro del corazón.  Como si uno tuviera los pies metidos en una bolsa de diamantes afilados, o si se hubiera derramado un dique de lágrimas por debajo de la cama.  Como si un tren de prisioneros se hubiera estrellado contra la puerta.  O tal vez acampáramos  a 7 mil metros de altura sobre el nivel del mar, lejos de los amigos y de las olas.  Hay días en que uno se levanta y las cicatrices que ve en el espejo, son las mismas que están al fondo de una acequia seca, sin sigses ni yuyos, al costado de una autopista caníbal.  Hay esos días y esos días se pueden contar como las estrellas en una noche sin viento ni algas.  Son esos días  pesados como mariposas empolvadas de bronce, envueltos en canciones tristes que cantan los vendedores de biblias y las enfermeras retiradas.  ¿Para qué quiere uno levantarse?  Si hoy será otro de esos días.  Un día a pan y agua.  Un día hecho con restos de comida y noticias sin terremotos.  A ver,  ¿Alguien me puede decir qué día es hoy?  ¿Si es verdad que hoy prenderán todas las luces al final de todos los túneles y que nadie les va a racionar el pan a los que caminan descalzos?  No, con seguridad más de uno me dirá que hoy es… (dice el día y la fecha exacta del día de la representación) pero eso a mí, particularmente, en serio, me importa un soberano rábano. Eso para mí es sólo pura matemática.  Pura paja conceptual.  Eso no me sirve sino solo para darle la razón a Hegel y a las flores que se marchitan en el papel tapiz de mi memoria.  No me sirve una mierda saber qué día es hoy de esa forma.  En todo caso, claro, no es culpa de nadie.  Esto es un asunto que solo me involucra a mí.  Yo también podría decidir unilateralmente qué tipo de día quiero que sea hoy.  Si hasta podría ser un gran día.  Podría ser el día en que decido qué día decido que sea. Me gustaría por ejemplo, que hoy sea de esos días en que tengo ganas de encontrarme con mis tías en el jardín donde me regalaron mi primera estampita.  La de la virgen Desatanudos.  A la que le pedía que me haga el pelo más largo y que me haga menos cachetona.  La que le ayudó a mi mami a inventar a mi papi cuando él se fue con los duendes a pelear una batalla que no era de él, ni era de nadie.  Quisiera que sea uno de esos días pero es inútil, porque igual ese jardín de las tías ya no existe, o está inundado de muebles y banderas y cables. Además, a mis tías ya no se les mueven los dedos como antes cuando tejían esas colchas para cubrir estadios y escarpines para sus hijos de ocho patas. Por eso estoy aquí esperando a que llegue el silencio del estío.  A que se apiade de mí esta mañana lenta como guillotina de juguete.  A que vuelvan a su corral los caballos  del carrusel que tengo en el pecho.   Sí, hoy es un día en que preferiría que no me llamen los niños del vecino para ir a jugar con la lluvia que no se seca de las flores, y también, claro, leer MemínPinguin y fotonovelas de romance.

  

     Hoy prefiero pensar que mis manos estás hechas de algodón de azúcar y mi corazón de carbón.


     Hoy es un día donde se ha hecho imposible pensar en un antes y en un después. 

Obra estrenada en el teatro Variedades en abril de
 2014, con Valentina Pacheco y dirigida por Daniel Aguirre.