María Elena Hurtado / Epístola final



¡Tantos aeropuertos sin correo, tanto tiempo sin volar! Sin embargo siempre disfrutando de los minutos en que podemos vernos y charlar, comer, salir corriendo y de nuevo el más allá...

Te escribo hoy, desde ese lugar que voy reconociendo como el nido: desde mi mirada y el silencio, desde el precipicio de mis lágrimas, desde un horizonte negro, y cómo vuela la vida, cómo huyen las manijas pisando nuestras huellas!. Me ocupa el corazón, la cárcel de mis besos y que poco a poco voy sintiendo el umbral de los “no sueños”.

Qué triste dirás que soy o que estoy y yo te contestaré… que lo suficiente. No logro entender con mi alma tantas pérdidas, tan variadas y profusas, tan sin tregua cada una, no llego a comprender la última y ya se acerca otra! y es que simplemente ya no puedo asir en mi corazón a mis afectos y se marchan de él a toda carrera y sin mirar atrás, sin darse cuenta me dejan y abandonan sin saber que es a mí a quien arrojan al camino, a los pies de la tiniebla súbita y feroz.

Solo puedo ya contener la levedad del aire, el que puedo respirar acompañado de este inmenso desamor, desnuda como una cebolla voy perdiendo mis vestidos y veo con pena enorme como el corazón se me ha partido y me miro desde adentro con los ojos del dolor.

Te pintaré una tarde bella y te la mandaré por el río, para que sentada en cualquier patio reconozcas que es mi nave. Lameré las heridas que me he hecho y espero sanar para salir de este silencio, pisar el sol y entregarme al viento.


Todo amor, toda flor y toda herida, se lleva en esta vida sobre el pecho, como condecoración por tanto muerto, pétalos abandonados de flores impares y redondas, ríos invisibles de lágrimas heladas, que solo nos permiten saborear los dulces granos de las arenas amargas, ve ligera y besa el mar, ese el del Sur que tanto amo.