Del inventario infernal
Con una pataleta de padre y señor mío, consiguió la herramienta
preferida que su papá: el arma que no hubiera aflojado aunque el mismo Dios lo
hubiera exigido. Cuando se la dieron, la agarró con ansiedad, como quien
obtiene por fin el juguete caro que tanto quería.
El padre indeciso y poco resignado, grita el sermón mientras
el niño sale corriendo:
—Cuida la oscuridad. No es para que juegues, sino para que
aprendas a usarla. ¡Confío en ti!
Después de un rato, ya más relajado, murmura para sus adentros:
—Que sea lo que tenga que ser.
Pero el diablillo, novato y pícaro, dejó la penumbra olvidada en las calles del mundo; unos días más de juego, y se cansó. La dejó a merced de los mirones, los amantes, los animales noctámbulos y los secretos.
Cuando el demonio quiso recuperar las tinieblas ya no pudo. Ni la quiso ya porque ella estaba toda salpicada de luces de neón, de semen y saliva, de todo tipo de gente mustia o alegre, que se aferraba a ella como a una madre.
La noche, entonces, se quedó con nosotros, hasta que al descuido venga el diablo y se la lleve con él.
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De la paz del Padre
Más que dios es padre. Y como todos, se regocija con su hijo, mira con alegría sus primeros intentos, nuevas flores, nuevos animales, mini creaciones que lo hacen sentir orgulloso. Una sombra de tristeza cruza sus ojos cuando recuerda cuál es su destino.
“No puedo dejarlo desprotegido en ese mundo”, piensa, y decide avisar a ese puñado de gente que está abajo, apagada, esperando órdenes:
—Espérenlo, óiganlo; trátenlo bien. ¡Es mi hijo, es como yo!
Así, cuando su predilecto baja, está más tranquilo
Abajo se rumora y especula: “¿Cuándo vendrá? ¿Será cierto? ¿A qué vendrá?”.
Aún sin saber con exactitud por qué, las personas lo reciben con amor o con odio. Despierta adoración o desprecio... nunca indiferencia. Aun cuando se va (y esta tragedia es cuento aparte), se habla de él, y mediante él, a su nombre se piden dádivas, milagros, prodigios y razones.
En el cielo, su padre se había encargado de construir un Edén para él, una burbuja impenetrable en la que pueda olvidar lo vivido en el mundo. Al oír los clamores de la gente, intenta gritarles:
—¡Ya basta! ¡Déjenlo descansar en paz! ¡Ya han hecho suficiente con él!
Pero el tumulto sigue con su bulla, y los clamores se oyen al
unísono.
...Un día, Jesús se despierta pensando: “Me queman las orejas”.