¿Calor o frio? No puedo definir ¿húmedo o seco?
No siento ¿claro u oscuro? No se pero percibo los elementos y las formas, sin
color, textura o forma específica, pero se que una silla es una silla y no es la
bacinica de las deyecciones, pero se que las formas son definibles sin saber si
es día o noche, defino las formas y se diferenciar las ratas que carcomen
las pústulas de mi cuerpo, del pene llagoso que cuelga del que supongo es mi
cuerpo,
Ni futuro ni presente. No tengo frio aunque las
pringosas babas que envuelve la piel impiden el frio o ¿no? Tirito o solo, no
se, transpiro o son mis orines y heces encharcadas en la lana apelmazada con
las liendres muertas, las pulgas no existen creo que las extraño, pero ya
abandonaron el lugar, creo que se ahogaron en las miasmas de mi angustia, de mi
abandono, del olvido.
Absorto, pero… no se que es estar absorto, no
tengo la sensación de arrebato, solo una sensación de un no-sentido. Miro el paisaje
y me pregunto ¿qué miro? todo a mi alrededor estaba invadido de colores
extraños que encandilaban y obnubilaban. La penumbra era invadida de la luz,
como si de pudor se tratase, era como vestir la penumbra de un pulcro sentido de
castidad. Me ubico. Es el amanecer, pero bien podría ser el apocalipsis. La luz
del orto envolvió el espacio y al mismo tiempo atrapó de una maravillosa
sensación de desesperación, de sueño interrumpido o de vigilia fracasada.
La sensación de maravilla cercó el espacio y
atrapó toda cosa o ser viviente que me
acompañaba ¿hermosa sensación? Las ratas huyen a la luz, solo se desvanecen en
los intersticios del entablado, como los recuerdos en los intersticios de la
memoria. Sí, hermosa es la luz, pero pronto llego el hastío, pues se convirtió
en una trampa que envolvió todo, como una cerca aprisionarte y redujo el
espacio a una nada asfixiante un presidio enmascarado de belleza, una reclusión
que forzaba al espíritu hasta los límites de la flaqueza y hacía al cuerpo encorvarse
del dolor y el miedo dentro del claustro de luz.
La luz como belleza no me convence ni sabe ser
elocuente para mis sentidos solo parece un fulgor pacato que oculta la bella
desnudez de la oscuridad, la que se puede palpar, la que sabe a moho, vino y
orín, la que es fuente de sal y miel, la que permite abrazar lo inaprensible y
saborear los sabores que flotan en el ambiente o en las comisuras de las
muelas, las que guardan el olor y el sabor de una espléndida mesa. Mesa de
viandas olorosas y sabrosas solo percibidas en el no-color, en el no-sabor.
La prisión de la luz dura eternidades, pero dura
solo lo que dura los minutos del amanecer, cuando la noche se hace día, el
oriente parece ser el lugar de donde escapan los fantasmas de la mente,
aquellos seres imaginados que son los más dolorosos, los que engullen a los
seres a dentelladas y los deyectan en pedazos, en partes a medio digerir que no
hacen un ser con forma, pero se conectan entre si, cada pedazo siente el dolor
de la separación y del diente que desaforado rompió y separó la carne. Cada
pedazo tembloroso como un ser doliente por su propio dolor, presente e
inexistente, pues cuando no hay ser, supuestamente no existe dolor.
Fantasmas que se solazan en la desidia del
preso, la penumbra del orto se vuelve en un alimento del exceso, los cuerpos
del trémulo imbécil, la prisión convierte al presidiario en lujo extraordinario
para el fantasma que convive en la oscuridad del penitente, es un fausto espacio donde se da desenfreno a
los sentidos, desenfreno que disloca todo equilibrio de la luz y la tiniebla,
farsa liberadora que se convierte en espacio de tortura inmisericorde, que
conmueve el espíritu hasta diluirlo en las babas cáusticas de los fantasmas del
amor y la frustración.
Pero el crepúsculo, solo lo que el crepúsculo
dura, solo unos minutos o todo una vida. Solo unos segundos o unos segundos
dilatados hasta el tamaño de la vida, hasta el tamaño del juicio y de la razón,
en lo que dura la memoria del individuo, en lo que dura la vida del penitente
confinado a la cárcel de luz crepuscular, en un espacio liminal entre la noche
y el día. Entre la simiente y desazón del espíritu, atrapado en la carne viva,
pero que fungen de despojos irrigados por las miasmas del dolor de los
recuerdos y de la experiencia que provoca el saberse atrapado en la cárcel de
la belleza, en donde el amor solo puede convivir con los fantasmas que lo
representa. Ellos, quienes se aprovechan minuto a minuto, en cada una de las
infinitésimas de la existencia de la necesidad de aquella extravagancia que
parece ser el deseo, de carne, de vida, de ideas o de la simple contemplación
de las paredes de tu presidio.
Los sabios o aquellos que se dicen sabios o de
quienes dicen que son sabios, afirman
que por cada vida salvada el camino a la arcadia está garantizado ¿arcadia? Una
felicidad aprendida desde la cuna o desde la cárcel materna, en la cárcel de la
gestación, la cual nos prepara para la muerte, lenta e inexorable, a todas las
personas. Si no salvaste ninguna, la propia salvación de tu ser es equivalente
y te regalan la vida misma y la certeza de vivir un paraíso políptico imbuido
de lo mas caro de la esperanza de un paraíso, de un universo que solo podrá ser
disfrutado después de la muerte.
Muerte acariciada y soñada que configura la
vida, que parece tragedia y se convierte en esperanza, muerte que es el refugio
de una vida estocástica, guiada por la mano invisible del azar, donde todos los
seres, sean o no reales se convierten en juguetes de un destino que se
convierte en tragedia. La luz me resulta trágica hiere el cuerpo y los
recuerdos, duele en los ojos y en lo integro del ser, su sola presencia provoca
eccemas en el alma que no se pierden con ungüentos ni con fetiches, ni con oraciones,
las mantras no existen solo los sollozos que se amplifican con cada suspiro,
nadie los puede oír, solo el ser doliente, el cuerpo que está atrapado en el crepúsculo,
quien apela al tiempo para que pase todo rápido, para que el dolor se convierta
en podredumbre y así poder desechar el miembro, el apéndice, el colgajo, el
despojo del recuerdo, el despojo imaginado o el despojo real. El que abarca un sentido, se prolonga a
todos e invade al cuerpo con pus, miseria e impotencia.
Tengo el sentido que más duele invadido por la
pus. Dicen que el todo es la parte, totum
ex parte: la parte vale por la cosa entera. Los dientes, la saliva, el
sudor, las uñas, los cabellos..., representan íntegramente a la persona, lo que
dicho sea de paso, no es, en principio, ningún absurdo biológico, como tampoco
lo sería para el dolor convertido en fractal, repitiéndose al infinito desde el
ser o del infinito al ser, no importa la escala con la que se observe, este
sigue con la mismo aspecto, solo que eso lo puede definir la persona que lo sufre.
Para otros dolor y sufrimiento valen, lo que vale la bacinica llena de heces
secas remojadas por el roció del amanecer.
Otra vez me percato de la baba pringosa. Veo mi
cuerpo cubierto de una sustancia espesa y acuosa, por un momento parecía los
rezagos de lúbricas acciones, pero había una sensación como si las nervaduras
de todo el cuerpo hubieran brotado al unísono en los sordos sonidos de la noche,
como si la piel se hubiera diluido y como si el cuerpo estuviera sostenido únicamente
con el aire, con un aire que en ese momento se sentía denso, escaso, atosigante
y con un olor alquitranado que embotaron los sentidos. Como si por todos los
poros se escaparan fluidos vitales que diluían el cuerpo, la tristeza y la alegría.
Ni dolor ni placer, solo una sensación de descomposición cuando los olores de
las deyecciones se mezclaban con el aroma a alquitrán.
En la penumbra del momento, los líquidos antes
de volverse pringosos se convierten en líquidos limpiadores, pero no es agua es
sangre que brota de las uñas o creo que más bien brotan de los surcos hechos
por las uñas, del cuero cabelludo después de que las uñas arrancaran la piel,
del pelo del pubis desterrado de su fin libidinoso. Realmente estoy ensangrentado,
la visión me produjo pánico, exploré cada parte de mi cuerpo en busca de
heridas. Palpé todos los orificios deyectores con un pudor y miedo, mientras tanto,
podía oír un corazón palpitar y la falta de aire volvió torpe mis movimientos. El
olor metálico de la humedad envolvía mi cuerpo, el pánico era acompañado
por el sopor de una jornada de sueño que había conseguido
desgastar las energías y alebrestar la esperanza del descanso.
Quisiera ir a un mundo donde no tenga que
esperar ni la muerte ni la vida, un mundo donde no tenga la angustia como el
ente que colma los segundos y las infinitas infinitésimas. La angustia se
introduce en el cuerpo, se convierte en carne y vive cosas que yo no las
quiero, pero que ahí están, maneja mis músculos y controla mis pensamientos.
Sus vivencias se convierten en carne ella está en mi cuerpo y mi cuerpo es ella
simultáneos y perennes.
Pasiones vienen y devienen, en búsqueda
de los intersticios de los recuerdos o, mejor dicho, salen de los intersticios
de los recuerdos, la alegría se transforma en ira, la ira trae la venganza de
la frustración por los amores olvidadas, por las deslealtades, por las carne y
el espíritu traicionado, pero luego una sensación de sumisión total al
recuerdo, a la dicha de recordar aquello que ya pasó, que lastimó, pero que es
el único y verdadero contacto con la vida, es el hilo de seda que une a la
desesperación del momento con la realización de una vida disímil, disgustante, angustiante,
enervante. Llego a la depresión quietismo total, donde los recuerdos y alegrías
se transforman en llanto y unas ganas de saborear la hiel de las alucinaciones
y visiones de sueños no realizados, de sueños no soñados como un martillo
candente que oscila entre el abatimiento y la euforia, pero ya no se
diferenciar la risa del llanto, ni sentir si es un estado o si eso es lo que
sienten los muertos ¿los muertos sienten? ¿la muerte se siente?
Deliro o pienso o solo siento. Siento
que el cuerpo está corrompido por el amor, por aquello que dicen que es amor.
Recuerdo el pasado o soy el pasado, solo el no-sentir es perfectamente
predictible, perfectamente aprensible, porque no se necesitan de otras cosas
más que el doliente y sus fantasmas que agreden, pero también acarician, pero
ahora no tengo piel ni dedos para acariciarme. Tengo mis manos, veo mis dedos,
veo que puedo tocarme, pero sin ninguna sensación, creo que me abandonó la piel,
pero también me abandonaron los fantasmas, los eternos acompañantes del dolor,
extraño a las pulgas y las liendres muertas no son compañía, pero lo importante
es que acompañan.
Esto es melancolía digo con voz fuerte,
pero la voz no sale, abro la boca pero no siento que esté abierta, mi cabeza se
estrella en la piedra del piso, pero no duele creo que la boca está abierta,
porque siento las liendres y la defecación de las ratas, quiero escupir, no hay
reflejos, pero la saliva diluye la mierda, ya no siento los granos secos de las
liendres ni el pungente sabor de la mierda del roedor, no siento saliva, pero
está ahí diluyendo la lengua y las paredes del paladar, creo que poco a poco se
diluirá la garganta, el esófago y todas las entrañas ¿soy espectador o soy
actor? Creo que en realidad soy el continente de la disolución de la carne, una
vez que el espíritu se ha ido o ¿quizá
sea el alma?.
Dios, el diablo, los ángeles ¿dónde
están? la virgen, creo que ella me desea y me posee secretamente, me resisto a
sus encantos, pero sucumbo a su deseo y mi deseo se convierte en culpa de no
sentir placer y de la obsesión por morder sus senos , pequeños y siempre con
los pezones erectos. Me erecto, el deseo rompe las venas de la caverna fálica,
pero ella se resiste, pues sería imposible penetrarla por su condición de
virgen. Luego me doy cuenta de las pústulas del pene, que ya no se me erecta,
es solo una fantasía, porque ni siquiera puedo emascularme por el deseo
fornicador. No importa el pene se castiga a si mismo, secreta pus, las ampollas
reventadas dejan salir la baba de la culpa
Salen líquidos del cuerpo, es como si
la saliva corrosiva, la baba castigadora diluyera todas las partes del cuerpo
que ha cometido pecado o que ha sentido pecado, no se si dios existe, pero si existe
la baba liberadora, la que exorciza el demonio del deseo, sin embargo, no se
que es deseo, solo se que es malo, ni mente ni cuerpo es capaz de sentir y la piel no existe más,
se cae a pedazos, grandes y pequeños, la piel se diluye, creo que la baba
benéfica ha triunfado sobre la piel maligna, sobre el vehículo de los sentidos.
Creo que me alegro, porque ya no siento, pero si me alegro quería decir que
siento, pero no creo, aunque creer es confirmar que vivo. No importa parece que
he llegado al mundo de la muerte, pero estoy en este mundo de luz, que quema la
piel, creo que muero una y otra vez, pero me merezco el castigo, por pensar en
los pechos de mi virgen , la madre de dios, pues en realidad ella no me seduce,
yo la violento, pero ella férreamente cierra sus piernas.
No se si estoy acostado o revolcado sobre
mi amasijo de carne y huesos, si es que floto o repto en mis deyecciones, pero no
importa ¿estoy muerto?, poco a poco desaparecen las extremidades y los órganos,
ya no necesito respirar, ya no necesito de su aliento, estoy muerto y los
muertos no respiran ni necesitan alimento. Estoy muerto y con mi cuerpo espanto
a mis fantasmas, espanto a los que tiene vida y a los muertos que se pudren
bajo tierra o en las llamas de la funeraria, en el infierno artificial que
anuncia su posición en el cosmos, el infierno en que les toca vivir, pero este
es mi infierno, estar vivo, porque he sido culpable de sentir.
Miro mis pies, es como si aparecieran
de pronto, como si de la nada se corporizaran, pies grandes horribles como los
de una criatura deforme que necesita anchas patas para pisar el mundo, para
lastimar el mundo. Es como si los pies fueran el contacto con el mundo, me paro alcanzo a dar tres pasos, no
llego al cuarto caigo como fardo, pero no duele, no quiero caminar, no quiero
dar ni un solo paso, es que ya no tengo alma que me tenga en pie, al igual que
los testículos y pene están llenos de ampollas y pústulas, veo mi pie y veo a
la virgen, llega la noche, otra vez la luz liminal, es hora de volver a morir.