Carne non sancta
Carne quemada es
ofrenda y alimento, carne cruda es seducción es temptation. Cuando nos sentimos
tentados la vida adquiere un matiz especial, prometedor. La tentación, ¿produce aventura? O, ¿es la aventura una tentación?
Mi primer
sacerdote fue un juego de tentación y aventura.
Una malcriadez diría mi abuela, un divertimento infantil, pervertida
malicia, ¿tentaba yo al cura o el que estuviera allí para esa parroquia era
suficiente incitación a pecar? Se me aparece la promesa del riesgo y el
castigo; en el juego de la seducción, todos los jugadores usan la tentación
como herramienta primordial. Hay que tentar al oponente, ¡como se le gana si
no! A ver lo que recuerdo:
Yo cerraba la
puerta de mi casa en san Marcos y me quedaban treinta y pocos minutos para
llegar al edificio ministerial donde trabajé.
Por la Junín
hasta la Flores ,
a la Espejo ,
zigzag, frente a San Agustín. Aun me
quedan diecialgo para una oración; pensando así, aquel día de octubre del
ochenta y pico, entré por el baptisterio y, sin echarme la santiguada con agua
bendita, me di de lleno con un curita nuevo que con los brazos en alto y acento
de europeo en español invitaba a los pocos feligreses congregados esa mañana a
que se abrazaran para desearse la
Paz del Señor.
No pude
pacificarme, seguí de largo y con la
solicitud de paz me fui al trabajo. Pasé
todo el día decidiendo su nacionalidad; ni griego, ni sueco menos
portugués. Resultaría luego
francés. A la mañana siguiente salí más
temprano, tentadísima, de mi apartamento.
Al final de la segunda lectura, carta a los colosenses, El principio de
todo, capítulo uno versículo quince.., Él es la imagen del Dios invisible.., en
Él fueron creadas todas las cosas.., existe con anterioridad a todo.., en Él
reside la plenitud. El beso fue sobre el
libro, Palabra de Dios, pero yo lo sentí, incluso tibio, Te alabamos señor,
sobre mi mejilla. La tentación en la
forma de esos labios pulposos como una frutilla, sangre derramada por la paz.
Seguí yendo todos
los días a tentarlo, a confundirlo, a hacerlo tartamudear y perder la marca de
la hoja en el misal, a verlo ensudar el cáliz con sus manos temblantes, a
señalarlo con la punta de mi lengua, a guiñarle un ojo, a
enseñarle las uñas coloradísismas tamborileando sobre el filo del hilván
de mi falda, a chuparme el índice, a mirarlo sufrir. Nadie se quejó, cada quien atendía su propia
tentación, no habíamos salvos; todos atrapados, todos esclavos. El nerviosismo
del curita franco me contuvo, durante
semanas me dedique sólo a morbosearlo,
hasta que un día, a coste de llegar atrasada a timbrar la tarjeta de
entrada, me puse en fila para la
comunión.
Ardía Troya..,
trastabilló cuando me vio en la hilera eucarística. Lo vi hurgarse entre los bolsillos, cambiar
de mano a mano el cáliz, seguir rebuscándose bajo los hábitos y la sotana,
hasta que se quedó quieto y empezó, El cuerpo de Cristo, y, Amén, le fueron
respondiendo hasta que llegó mi turno, entonces, veloz y seguro metió en el
bolsillo de mi solapa una pelotita arrugada de papel, hizo el ademán de darme
la hostia pero en mi lengua no se posó ni siquiera su tibio pulgar
acólito. Amen, dije y salí de la
iglesia.
Abrí
la bolita una vez sentada frente a mi máquina olivetti de margarita
electrónica. La apreté de inmediato
porque el subsecretario y su asistente me sorprendieron llegando demasiado
temprano; luego del almuerzo, vuelve la zamba al baile, y yo a pintarme las
uñas y al papelito arrugado. Me llamo
Maurice, te espero a las seis en la plaza grande.., en papel cuadriculado.
Misteriosa estas
hoy, ¿en que andas? Preguntó la secretaria del ministro durante el
almuerzo. Mucha risita coqueta al aire,
mucho pelo suelto, ¿se te ha hinchado el pecho, mijita? Es que me he levantado un curita europeo, no
podía contestarle, ni modo, Me levanté contenta, dije. ¡Ah, buena noche!, con ceja levantada. ¡Que
va! Las cosas que se le ocurren,
Piedacita. Tuve un sueño bonito, me veía
de chiquita, eso fue todo. ¿Nada
más? Nada más, Piedacita, yo tuve una
infancia bien linda, mentí. Ha de ser,
mijita, ha de ser. Monjas de mierda, me
dije para adentro. Yo me vengaré de
ellas en el Maurice. ¿Fue por venganza? ¿Fue por arrechera? Esa tarde marqué tarjeta a las cuatro y
cincuenta y regresé a la oficina a retocarme, a escarmenarme y enredarme el flequillo
a lo Farrah Fawcett. ¿Me quito el
sostén? No, preferí abrirme la
camisa hasta el tercer botón y amarrarme el pañolón a la cintura para que el
escote se viera profundo y la cadera más pronunciada. Eso sí, me quité los
zapatos bajos y me puse los negros de
charol con taco alto que guardo para cuando los jefes me invitan luego del
trabajo. Aun así al cura no le dio un
infarto al verme, no.
Resultó francés, agustino, como correspondía;
pero, estaba por regresar y yo llevaba
un mes haciéndole la broma y las morisquetas, el tendría el papel escrito desde
hacía días, hasta que por fin me puse a su alcance y me lo dio. Puntual me paré
en el atrio de la catedral mirando hacia el palacio arzobispal, con vista de
toda la plaza. El me sorprendió por la
espalda, Que pena haber perdido tanto tiempo, dijo. Mejor tarde que nunca.
Vestido de
cristiano casi no lo reconozco, la sotana, la casulla y la estola verde con
lila le daban un aire bastante adulto.
Lo mire de arriba abajo y pensé que no había caso, el look de femme
fatal estaba listo y nada lo desbarataría.
Seguro que es menor que yo, pero no, tenía veintiocho como yo. Zapatos azules de cuero griego, jean oscuro,
un saco de pana prusia con coderas de cuero negro sobre una camiseta de cuello
muy ajustada de color lavanda y un
pañuelo burdeos anudado bajo la barbilla.
La estampa
resultaba llamativa caminando por el centro:
típica mona zorra burócrata que acaba de levantarse un turista muy
fashion; o, la loca cajera del Pichincha
con su amiguito gay van a tomarse un trago.
Entramos a un bar, llamamos la atención y reconocí algunas miradas, me
hice la loca. No tuve prejuicio sobre
su atuendo europeo que en el Ecuador de los ochenta lucía pura mariconada
vivita, porque sus ojos decían todo lo que yo necesitaba, él no hablaba, la
catarnica fui yo. Su mirada
milimétrica me tasaba, entraba y salía de entre mis tetas, sondeaba en
espirales mis pecas, se humedecían sus
dedos recorriendo el dorso de mis manos,
destellaba todo él al pasar la punta de mi lengua sobre los incisivos,
entonces el reía y sus ojos se pintaban un tono más profundo que sus jeans
reflejando el lila claro de su camiseta, me recordaba a Alain Delon aunque no
se le parecía. Ni para qué decirlo, me
tenía mojadita, mojadita.
Te
parece si pido la adición, me calló. Asentí, y llegó la cuenta que pagué yo,
resarciendo la canasta de la limosna que nunca cebé. A tu apartamento, decidió. Y sí, no me expondría entrando a un
hotelucho. En la vía nos fuimos
calentando. Subimos casi corriendo
y me lanzó sobre el sofá y allí me
desnudó presto, como se bendice un denario, una estampa de comunión. Ni alcancé a desanudarle el pañuelo y el ya
me estaba volteando para lamerme la espalda mientras magreaba mis nalgas. Un experto.
¿Vamos al
dormitorio? y, terminando de desnudarse frente a mí me dijo que no, Las camas no me excitan. Me levantó en sus
brazos de abundante vello oscuro y piel blanquísima, me extendió como ofrenda
eucarística sobre la mesa de comedor.
Eres mi cordero, eres carne y sacrificio... Me sentí pura y bandida, en sus manos
diestras fui cáliz y oblea. Mis pezones
se hicieron hostias rosadas en sus labios, mi carne era masa, era trigo, era
pan. Ombligo urna sacramental, derramé
leche y miel que se hizo vino para que Maurice bebiera y me consagrara. El rito me volvía loca, junte mis rodillas
atrapando su rostro entre mis humedades, su lengua batía in excelsis deo. Fui saciada hasta la hartura y cuando me vio
ovillada, hecha una caracola sobre mi misma, tocó mi nuca con su báculo carnal
y me mojó de sí.
La tentación voló en busca de otras loas,
nuevas alabanzas, y me dejó maculada carne non sancta.