Javier Lara Santos




POEMA DE LAS 3:15


Esto comienza escrito en la madera.
La mesa que compraste en Cuenca,
antes de la foto que nos tomamos bajo el sol desprevenido y cruel,
desprevenido y cruel,
como si ya todo tendría que irse corriendo en serie al Apocalipsis.
Pero no el amor, sino el amor por el mundo,
Pero no el amor, sino el amor por el viento.

Puse Drive, de Cars,
y estoy pensando en el fin del mundo o en Billy Idol que no envejece,
nunca pienso en el nuevo arte como no pienso en el nuevo amor,
esto es tan antiguo como el miedo a lo nuevo.

Escucho Cars, que dice who’s gonna drive you home tonight,
con el teclado tan ochentas,
esa década que, según tu padre,
fue invisiblemente notable, aunque tan colorida,
 digo yo.

Este es, aunque no parezca,
un poema de amor lleno de aves del paraíso,
paraíso del cual tú y yo nunca escapamos
porque no creemos siquiera en tal cosa,
aunque cuando nos besamos,
cuando te beso y me besas, por ejemplo,
selva y aeropuerto, selva y aeropuerto,
en este mismo instante, a esta hora,
 en esta carretera subalterna y metafísica
de la cosa llamada pensamiento, ahí,
cuando te acabo de besar,
ahí, entonces, pesco una nueva enfermedad que me ilumina,
y me salen brazos como transfixión y mis ojos se incendian,
es decir, mi cara,
y me quedo quieto como una estatua que estamos
a punto de mandar a construir
o a punto de mandar a la mierda.

Pero brillos fractales de tus manos
y las mías, pero cuchillos de colores
en tus manos y en las mías.

Seguro el demócrata que no nos habita ni es amigo dijese:
Cambia los cuchillos por la mantequilla,
pero no se da cuenta de que perderíamos el único tesoro
que poseemos para no perder el sufrimiento.

Son las tres y veinte, si un hombre puede escribir algo hermoso
o medianamente decente a estas horas sin jadear de amor o de desesperación
entonces ese hombre está salvado para siempre. 

Y talvez tú estás regresando a nuestra ciudad
cargada nada más que de paracetamol,
y de ideas para sobrevivir o malvivir
con ocho pisos en el aire que es acero y aire,
y también un saco de abuelita que me pone horny
como bombardeo de Londres en el 43.
Pero qué digo, como Argelia en 1816.

Esto es la felicidad, poder enojarse sin perder.
Y acabo de inaugurar pterodáctilos emplumados en este poema.

Nacimos por accidente, Lucía.
Como casi todo el que lea este poema.

Y como el aire, como el accidente,
como el río infinito y precario de las cosas maravillosas,
considero que nada está hecho,
que todo está hecho,
que nada está hecho,
que el Eclesiastés,
que el Qoelet,
que decidí amar, a pesar de los libros,
que me lancé de una viga con una soga al cuello,
y la viga se rompió en mi cabeza,
y luego tinieblas y risa
y luego tinieblas y risa.

Lucía, este poema jamás querrá quedar bien,
este poema es exactamente como tú o como yo.

Está hecho de testimonio de la guerra, pero también de jardín
y de canciones
que en el fondo suenan
en un caos que inauguramos y aprendimos,
de los que se quedaron atrás,
atrás de nuestro corazón, quiero decir.

Vamos a formar un movimiento anti-todo.
Qué ingenuidad. Qué hermoso.
Vamos a besarnos hasta que de las quebradas de Quito salga humo,
vamos a lamernos las heridas hasta que el diablo se incline
en la pista de hielo de sus propias lágrimas,
y nos abrace con dificultad por su mal diseño biológico.
Y por ser, inclusive, tan luminosos como él.

Porque tú eres la luz de la mañana y yo la casa nueva.
Y así se construye un planeta,
desde el polvo,
y necesitamos la oscuridad tanto como la luz
 para que todo esto funcione,

sino

¿para qué amarnos
Si no pudiésemos
reír juntos
de las cosas
que odiamos y dejamos de odiar
cuando reímos?