POEMA DE LAS 3:15
Esto comienza escrito en
la madera.
La mesa que compraste en
Cuenca,
antes de la foto que nos
tomamos bajo el sol desprevenido y cruel,
desprevenido y cruel,
como si ya todo tendría
que irse corriendo en serie al Apocalipsis.
Pero no el amor, sino el
amor por el mundo,
Pero no el amor, sino el
amor por el viento.
Puse Drive, de Cars,
y estoy pensando en el
fin del mundo o en Billy Idol que no envejece,
nunca pienso en el nuevo
arte como no pienso en el nuevo amor,
esto es tan antiguo como
el miedo a lo nuevo.
Escucho Cars, que dice
who’s gonna drive you home tonight,
con el teclado tan
ochentas,
esa década que, según tu
padre,
fue invisiblemente
notable, aunque tan colorida,
digo yo.
Este es, aunque no
parezca,
un poema de amor lleno
de aves del paraíso,
paraíso del cual tú y yo
nunca escapamos
porque no creemos
siquiera en tal cosa,
aunque cuando nos
besamos,
cuando te beso y me
besas, por ejemplo,
selva y aeropuerto,
selva y aeropuerto,
en este mismo instante,
a esta hora,
en esta carretera subalterna y metafísica
de la cosa llamada
pensamiento, ahí,
cuando te acabo de
besar,
ahí, entonces, pesco una
nueva enfermedad que me ilumina,
y me salen brazos como
transfixión y mis ojos se incendian,
es decir, mi cara,
y me quedo quieto como
una estatua que estamos
a punto de mandar a
construir
o a punto de mandar a la
mierda.
Pero brillos fractales
de tus manos
y las mías, pero
cuchillos de colores
en tus manos y en las
mías.
Seguro el demócrata que
no nos habita ni es amigo dijese:
Cambia los cuchillos por
la mantequilla,
pero no se da cuenta de
que perderíamos el único tesoro
que poseemos para no
perder el sufrimiento.
Son las tres y veinte,
si un hombre puede escribir algo hermoso
o medianamente decente a
estas horas sin jadear de amor o de desesperación
entonces ese hombre está
salvado para siempre.
Y talvez tú estás
regresando a nuestra ciudad
cargada nada más que de
paracetamol,
y de ideas para
sobrevivir o malvivir
con ocho pisos en el
aire que es acero y aire,
y también un saco de
abuelita que me pone horny
como bombardeo de
Londres en el 43.
Pero qué digo, como
Argelia en 1816.
Esto es la felicidad,
poder enojarse sin perder.
Y acabo de inaugurar
pterodáctilos emplumados en este poema.
Nacimos por accidente,
Lucía.
Como casi todo el que
lea este poema.
Y como el aire, como el
accidente,
como el río infinito y
precario de las cosas maravillosas,
considero que nada está
hecho,
que todo está hecho,
que nada está hecho,
que el Eclesiastés,
que el Qoelet,
que decidí amar, a pesar
de los libros,
que me lancé de una viga
con una soga al cuello,
y la viga se rompió en
mi cabeza,
y luego tinieblas y risa
y luego tinieblas y
risa.
Lucía, este poema jamás
querrá quedar bien,
este poema es
exactamente como tú o como yo.
Está hecho de testimonio
de la guerra, pero también de jardín
y de canciones
que en el fondo suenan
en un caos que
inauguramos y aprendimos,
de los que se quedaron
atrás,
atrás de nuestro
corazón, quiero decir.
Vamos a formar un
movimiento anti-todo.
Qué ingenuidad. Qué
hermoso.
Vamos a besarnos hasta
que de las quebradas de Quito salga humo,
vamos a lamernos las
heridas hasta que el diablo se incline
en la pista de hielo de
sus propias lágrimas,
y nos abrace con
dificultad por su mal diseño biológico.
Y por ser, inclusive,
tan luminosos como él.
Porque tú eres la luz de
la mañana y yo la casa nueva.
Y así se construye un
planeta,
desde el polvo,
y necesitamos la
oscuridad tanto como la luz
para que todo esto funcione,
sino
¿para qué amarnos
Si no pudiésemos
reír juntos
de las cosas
que odiamos y dejamos de
odiar
cuando reímos?