Magnolia
Zoe es linda, por dentro
y por fuera. Tiene unos ojazos verdes que pintarrajea con sombras de colores
fuertes. Le gusta maquillarse con cierta exageración, que digo cierta, no, con
total exageración. A ella le toma como una hora embadurnar su cara con
maquillaje, aplicar el rímel y resaltar los pómulos con blush de arándanos. A
veces prefiere llevar la peluca de ondas doradas que caen hasta sus senos
pequeños para que parezcan más grandes, los rellena con almohadillas de esponja
que coloca bajo el brasier. Después viene el labial, ya sea rojo o vino, y finalmente,
una brisa de perfume de magnolia. Una vez lista, se mira y se remira al espejo
hasta asegurarse de que está perfecta. Al diablo lo que digan las feministas, Zoe se
arregla para gustar a los hombres, para ser mirada por ellos, para provocar su
deseo. Eso la hace feliz.
Zoe no se mete con
cualquiera, elige con quien ir a la cama. La otra vez se fue con un marinero de
brazos fuertes y escasos veinte años. Se metieron a un hotelito frente al
malecón y abrieron la ventana para que entrara el olor a sal, y así entre
gemidos y marisma se bebieron la noche.
Militares, políticos,
funcionarios y poetas han pasado por sus brazos. A sus treinta y seis años,
sabe bien lo que le gusta. También le gustan los hombres maduros, esas canas y
la barbita crecida la enloquecen. Con los viejos se siente niña y puede
juguetear con caprichos caros. Con los jovencitos hay que ser condescendiente y
escuchar sus ofrecimientos y torpes delirios después del orgasmo, afloja un
poco si es que le caen bien.
A Zoe le gusta el verano
porque puede llevar faldas cortas y sandalias de tacones. Los vestidos de
lunares con vuelos y la peluca negra la convierten en sevillana. En el
invierno, le toca aguantarse el frío para lucir sus piernas fuertes, pero
cuando el viento sopla, se mete en bares de mala muerte buscando algo de calor.
Si el ambiente se pone pesado por los borrachos que la agreden, le toca salir
huyendo y en el peor de los casos, cubrirse con mallas y abrigo.
La chica vive con Dani,
él es lo contrario de ella, sencillísimo y la mar de tímido. Dani sería incapaz
de hacerse notar entre la gente. A él le basta con acomodarse en el sofá frente
al televisor y mirar el mundo pasar. Lo mejor es escuchar a Zoe, seguir de cerca
sus pasos, rememorar con ella los sabores de la noche anterior. Saber qué
piensa de cada fulano, sus impresiones de mujer. Dani aprende de Zoe, le enseña
a cruzar los laberintos que él no sabe. Le anima a hacer las cosas que él no se
atreve.
La escucha y se maravilla, aunque a veces le da miedo tanta osadía. No
le da consejos ¿para qué? Si ella hace siempre lo que se le antoja. Nadie la
puede detener, ni siquiera él.
En los días en que Dani
se triza está Zoe para remendar sus agobios. Lo ve atorado en recuerdos, y para
darle ánimos, le dice que es bueno, que de verdad es bueno, que siempre lo fue.
También le dice que es lindo, y que cualquier persona lo podría querer, solo es
cosa de dejarse llevar… Y como Dani no reacciona, Zoe lo lleva al baño y le embadurna
de cremas para cubrir sus lágrimas, y él, poquito a poco se va calmando, y ella
le riza las pestañas y le pone rímel para que no se note que ha llorado. Después
le cubre con maquillaje la cara y los malos recuerdos, y le aplica el blush de
arándanos. Ya se va sintiendo mejor, es bueno estar con Zoe. Coqueta como es
ella. Ahora le trae su peluca rubia y el labial vino para provocar besos. Dani
cierra los ojos para sentir mejor el perfume de magnolia. Se quedan así, un
buen rato, callados los dos. Dani respira hondo para que el perfume entre en su
cuerpo, por fin abre los ojos, y en el espejo está Zoe, ella sí que sabe ser
feliz.
Verano/2017
--o--
La sencillez de morir
Hay días en los que
provoca morirse.
Sin melodramas ni
despedidas, tan solo morirse. Como si morir fuese el acto más sencillo de la
vida; para ello usted se arrastra perezosamente con sus pantuflas viejas hasta
la cocina, toma un vaso con agua y luego se dirige al baño, orina y se asoma al
espejo por última vez. Allí le espera el señor que está dejando de ser. Usted
se fija en las líneas de expresión que le han quedado después de sonreír, mira
el ojo con el terigio irritado por largas horas de lectura, la cicatriz en la
ceja que tanto le avergonzaba en la adolescencia, las canas de su anterior
cabello oscuro, se fija con atención en el conjunto del rostro tratando de
averiguar alguna duda, pero la mirada y el gesto expresan una determinación
absoluta de morirse, ya ha visto suficiente. Ahora se va a su sofá preferido,
se pone cómodo y anuncia a todos: “me voy a morir”, “por favor no me molesten
mientras lo hago”, y así, tranquilamente, mientras su esposa teje el suéter
color naranja, que usted nunca verá terminado, mientras los hijos viajan por algún
país que usted no conoció, mientras los nietos discuten porque el mayor hizo
trampa en la jenga, mientras un ovillo de gato duerme a su lado, mientras la
tarde cae sin prisa y los pájaros se alborotan en el viejo sauce de la cuadra,
usted cierra los ojos y se muere.
Julio/2017