Mónica Álvarez





Magnolia

      Zoe es linda, por dentro y por fuera. Tiene unos ojazos verdes que pintarrajea con sombras de colores fuertes. Le gusta maquillarse con cierta exageración, que digo cierta, no, con total exageración. A ella le toma como una hora embadurnar su cara con maquillaje, aplicar el rímel y resaltar los pómulos con blush de arándanos. A veces prefiere llevar la peluca de ondas doradas que caen hasta sus senos pequeños para que parezcan más grandes, los rellena con almohadillas de esponja que coloca bajo el brasier. Después viene el labial, ya sea rojo o vino, y finalmente, una brisa de perfume de magnolia. Una vez lista, se mira y se remira al espejo hasta asegurarse de que está perfecta.  Al diablo lo que digan las feministas, Zoe se arregla para gustar a los hombres, para ser mirada por ellos, para provocar su deseo. Eso la hace feliz.

Zoe no se mete con cualquiera, elige con quien ir a la cama. La otra vez se fue con un marinero de brazos fuertes y escasos veinte años. Se metieron a un hotelito frente al malecón y abrieron la ventana para que entrara el olor a sal, y así entre gemidos y marisma se bebieron la noche.

Militares, políticos, funcionarios y poetas han pasado por sus brazos. A sus treinta y seis años, sabe bien lo que le gusta. También le gustan los hombres maduros, esas canas y la barbita crecida la enloquecen. Con los viejos se siente niña y puede juguetear con caprichos caros. Con los jovencitos hay que ser condescendiente y escuchar sus ofrecimientos y torpes delirios después del orgasmo, afloja un poco si es que le caen bien.

A Zoe le gusta el verano porque puede llevar faldas cortas y sandalias de tacones. Los vestidos de lunares con vuelos y la peluca negra la convierten en sevillana. En el invierno, le toca aguantarse el frío para lucir sus piernas fuertes, pero cuando el viento sopla, se mete en bares de mala muerte buscando algo de calor. Si el ambiente se pone pesado por los borrachos que la agreden, le toca salir huyendo y en el peor de los casos, cubrirse con mallas y abrigo.

La chica vive con Dani, él es lo contrario de ella, sencillísimo y la mar de tímido. Dani sería incapaz de hacerse notar entre la gente. A él le basta con acomodarse en el sofá frente al televisor y mirar el mundo pasar. Lo mejor es escuchar a Zoe, seguir de cerca sus pasos, rememorar con ella los sabores de la noche anterior. Saber qué piensa de cada fulano, sus impresiones de mujer. Dani aprende de Zoe, le enseña a cruzar los laberintos que él no sabe. Le anima a hacer las cosas que él no se atreve. 
La escucha y se maravilla, aunque a veces le da miedo tanta osadía. No le da consejos ¿para qué? Si ella hace siempre lo que se le antoja. Nadie la puede detener, ni siquiera él.

En los días en que Dani se triza está Zoe para remendar sus agobios. Lo ve atorado en recuerdos, y para darle ánimos, le dice que es bueno, que de verdad es bueno, que siempre lo fue. También le dice que es lindo, y que cualquier persona lo podría querer, solo es cosa de dejarse llevar… Y como Dani no reacciona, Zoe lo lleva al baño y le embadurna de cremas para cubrir sus lágrimas, y él, poquito a poco se va calmando, y ella le riza las pestañas y le pone rímel para que no se note que ha llorado. Después le cubre con maquillaje la cara y los malos recuerdos, y le aplica el blush de arándanos. Ya se va sintiendo mejor, es bueno estar con Zoe. Coqueta como es ella. Ahora le trae su peluca rubia y el labial vino para provocar besos. Dani cierra los ojos para sentir mejor el perfume de magnolia. Se quedan así, un buen rato, callados los dos. Dani respira hondo para que el perfume entre en su cuerpo, por fin abre los ojos, y en el espejo está Zoe, ella sí que sabe ser feliz.

Verano/2017

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La sencillez de morir

     Hay días en los que provoca morirse.

     Sin melodramas ni despedidas, tan solo morirse. Como si morir fuese el acto más sencillo de la vida; para ello usted se arrastra perezosamente con sus pantuflas viejas hasta la cocina, toma un vaso con agua y luego se dirige al baño, orina y se asoma al espejo por última vez. Allí le espera el señor que está dejando de ser. Usted se fija en las líneas de expresión que le han quedado después de sonreír, mira el ojo con el terigio irritado por largas horas de lectura, la cicatriz en la ceja que tanto le avergonzaba en la adolescencia, las canas de su anterior cabello oscuro, se fija con atención en el conjunto del rostro tratando de averiguar alguna duda, pero la mirada y el gesto expresan una determinación absoluta de morirse, ya ha visto suficiente. Ahora se va a su sofá preferido, se pone cómodo y anuncia a todos: “me voy a morir”, “por favor no me molesten mientras lo hago”, y así, tranquilamente, mientras su esposa teje el suéter color naranja, que usted nunca verá terminado, mientras los hijos viajan por algún país que usted no conoció, mientras los nietos discuten porque el mayor hizo trampa en la jenga, mientras un ovillo de gato duerme a su lado, mientras la tarde cae sin prisa y los pájaros se alborotan en el viejo sauce de la cuadra, usted cierra los ojos y se muere.

Julio/2017