La
marca de Caín
Aquí,
en las cúspides y el cielo níveo del altiplano,
ha
brotado una casa de mi memoria
el
zaguán se colma de crucifijos canecos.
Asciendo
los escalones y replican campanadas de soslayo.
Todo
es madera y cuarzo.
Atisbo
mesas, libreros, tragaluces, botellas negras
y
un tablero de ajedrez melancólico junto a la Ventana de arriba.
Veo
las copas vacías y el licor
y
un grupo de poetas desintegrándose
mientras
Pessoa reconstruye el mundo.
Los
miro de cerca, descubro siluetas sin rostros
voces
vanas sumándose a la estrella fugaz de lo arcano.
Regreso
a la soledad de mi recámara.
a
distancias inconmensurables de allí,
no
tengo razón para emborracharme esta noche, sin embargo,
una
promesa me seduce con sus ojos susurrantes.
Camino
a la Plaza Avaroa,
me
extasío en el vino, pero continúo solo;
imagino
que algo ocurrirá,
como
antes en la Plaza Fosh.
Solo
la embriaguez y la tristeza.
Regreso
a la recámara.
La
soledad es un prisma de antiguos regocijos. Hoy desechos.
Cuando
llega el deleite ustedes no existen;
cuando
llega la abulia, los contemplo como la marca de Caín;
cuando
me veo íngrimo los anhelo.
No
quiero beber más.
El
bar y los poetas viven allá, a lo lejos.
Cada
mañana se desprenden de mi piel restos de esperanza.
Ha
llegado la hora de buscar otro rumbo,
nievan
cirios negros dentro de la estación
y
el tren llegará con las manecillas de la muerte.
-o-
Navío oscura
La
vi llorar.
Solo
la lágrima de un agonizante
al
estrellarse en la grama convierte la tierra en espuma.
Vi
el mar desde el muelle.
Entonces
la supe distante.
La
escuché gritar.
Su
clamor se perdía en el siseo sombrío
de
los gallinazos de Ribeyro.
Escuché
el trueno del navío humeante de la noche.
Entonces
la supe cerca.
La
sentí tibia
Su
calor aviva el viento
que
arrastra la nave fuera de la ciudad.
Sentí
aroma a laurel de solera.
Entonces
supe que estaba aquí.
La
vi perder el timón y hundirse.
En
un puerto anterior abandonó
su
último anhelo de subsistir.
Vi
el espejo,
la
última bitácora yacía rota
en
el estuche vacío del revólver.