Nada se de
mi pasado, poco de mi futuro. Dicen que mi gente, fue traída por el blanco
desde algún lugar del poniente y por éste transplantada en las orillas de los
mil ríos que circundan esta selva. Nada sabemos desde ese día, quizás nos
dieron un brebaje para borrarlo todo, a excepción de la iniciación guerrera.
Dicen que nací en el camino,
mientras los hombres cumplían el mandato de los blancos. Los he visto desde que
tengo memoria, con sus largas barbas y su palidez de muerte, con su pecho y sus
manos forrados en encajes y metal. Manos peludas que poseen las nuestras y
proceden a cortar las cabezas.
Mi padre trayéndolas de los
cabellos y éstas rodando junto al fogón, es la primera imagen que recuerdo. El
quejido lastimero de las mujeres violadas y el suspiro débil de los ancianos
pasados a cuchillo, mis primeros sonidos.
Antes de la pubertad, ya vigilaba
a los heridos y cuidaba de los huérfanos más chicos, hasta que me convertí en
uno de ellos. El día en que los guerreros trajeron a mi padre, con el rostro
desfigurado y ensartado por flechas con yagé, cambió mi destino. Seis lunas
duró el ayuno al pie de la cascada, hasta la llegada del pani. Cuatro, la
fiebre ritual del sapo amarillo donde mi padre danzaba con su mandíbula
desgarrada.
Cuando me repuse por completo de
los efectos del anfibio veneno, comencé mi tarea. Me uní a los que separan las
cabezas de sus cuerpos y a los que conducen en filas de dos a tribus enteras
hasta el puerto de los blancos. Por cada nueva camada, una caja de armas.
Luego, surcar otra vez el gran río en sus inmensas barcazas, en pos de nuevos
pueblos, los que transformados por ellos en cosas serán comprados por otros
blancos.
Nada puedes hacer, me dijo la gran hormiga en una noche de ayahuasca. La profecía que el pani asignó a tu pueblo debe cumplirse: vivir sin pasado ni futuro, solo un presente de perro de guerra que corre sin parar por la selva.
Nada puedes hacer, me dijo la gran hormiga en una noche de ayahuasca. La profecía que el pani asignó a tu pueblo debe cumplirse: vivir sin pasado ni futuro, solo un presente de perro de guerra que corre sin parar por la selva.
Ahora que me han cosido la boca
quizás me detenga.