Gabriel Cisneros Abedrabbo / Penélope o Tratado de los amantes de Ítaca



I
Antes de nuestro tiempo,
asistí al cortejo fúnebre
de la mujer amputada a las estrellas
desde el jardín, en mis sueños.

He vuelto
de los círculos que encierran
el arriba y el abajo,
desafiando las esferas
en esta búsqueda cuántica,
a reclamar el aroma
sobre un lecho que no existe.

Tres golpes, no llega,
cinco golpes, pasado evanescente,
siete golpes
y no descubro una forma que la engendre.

A pesar de esta no memoria
sé que hubo una caricia
infinita y más grande que la muralla china.

II
Penélope,
soy Odiseo, lo que queda de él,
lo que sobrevivió
en las arenas movedizas
de esta nostalgia con hambruna.

Ahora se para que tejer el poema,
para volver a Ítaca
y salvarnos de quienes buscan en tus entrañas
la soledad de una descendencia.
Son cinco mil años
perdido entre cuerpos tibios,
sintiendo un vacío
carente de toda respuesta,
llorando en la tierra, flores sin esencia,
buscando una luz que había olvidado.

Penélope,
levántame del sepulcro
no dejes que acepte ser tan sólo
el dolor de este espejismo.

Te canto señora de Ítaca,
amante y compañera
con sánscrito que ya no se escucha
y que tu corazón entiende,
desde mi derrota 
abismo de lo que duele
levanto la voz que te busca
y a ratos presiento que existes.

III
No es el cielo,
ni las estrías de una estrella
que se retuerce en la noche
después de parir un hombre.

La respuesta que no conocemos,
hace que los camellos pasen
por el ojo de una aguja.

No es por la belleza
que nos resistimos a tenernos,
es precisamente por ella
que encendemos cada piedra
donde molemos nuestra harina.

IV
Soplo para que en esta lluvia
de diciembre,
los espíritus te traigan a mi torso,
como tronco en el que hay
nidos de aves migratorias
e insectos de propiedades mágicas,
donde sanar el dolor dejado
por rotas despedidas.

Resucitar la loba,
que ha hecho olvido de la luna.

V
No sé cuánto me odias,
el aire
que escondo en los pulmones
me asfixia en la incertidumbre;
los días se precipitan en insomnio,
en gritos no pronunciados.

No te he dicho
que mis manos se rompen
en los domingos de invierno,
que me asusta el sonido de las sirenas
y que todas las mujeres
que plantaron una bandera
en la cumbre de mi soledad
nunca llegaron a verme,
tan sólo tomaron
un sorbo de ese aire
que escondo por miedo y rabia.

Nunca te he dicho
que dueles,
que duelen tus ojos
que un día me levantaron.

VI
No sabía que los enemigos invisibles beben café
en la vagina que me diseccionó
sobre una mesa envuelta de porcelanas,
ni que puede ser tan doloroso
las caricias de la lluvia
cuando te han sacado la piel
para hacer una epifanía
con la cual cubrir
una muñeca que solo ríe.

Como animal herido de muerte,
busco un lugar
donde plantar el dolor,
sin que sepan
aquellos con quienes me odias
que estoy volviendo a la tierra.

Las contracciones del acabose
son más largas y más constantes que las del parto.

Quién me sacó los ojos,
por qué ponen gatos negros sobre las llagas,
por qué la misma melodía
se proyecta delante de mis palabras.

Están todos atentos
a encerrar mi catalepsia en una caja. 

VII
Hay una parte de mí
que viene a reclamar
funerales
en la bisagra
donde celebraba la liturgia de todo lo bello,
prolongación obscena
que nunca quise tener,
que con los años crece como un cáncer,
y transita por las últimas luciérnagas de la noche.

Todos los años,
después del goce de las enredaderas y los nardos,
resucita el monstruo
y en mi tumba cerrada por los seis frentes,
no dejo que entren los bálsamos o el incienso.

Esa parte, no tiene materia,
furia, membrana o éter,
es un cuello de vidrio negro
que me asfixia
una caverna muda de espejo
donde nadie escucha los gritos.

VIII
Penélope,
has escuchado mis divagaciones en el mar,
has visto las veces que caí en
corpiños y vino; 
no te pido que olvides
mi frágil humanidad
te exijo que me ames
sobre ella.

He convivido con magas de cabellos dorados
que inventaron un limbo
en el antiguo puerto de los dioses,
con panteras de tambores
que levantan la selva con su ébano,
a pesar de sus mañas vuelvo
ante ti señora
a levantar de mi derrota
los sofismas de las vírgenes
para morir junto a ti,
que es el mayor acto de amor sobre los vientos.

Bebe mi sangre,
es la misma con la que firme
para entregarte versos de mi cuerpo,
es la misma con la que arranque de tus intimidad ese hijo,
que nos ayudará a ver el futuro.

Bebe, lo más sagrado que puedo ofrecerte
y prepara el ritual
para enfrentar la eternidad.