I
Antes de
nuestro tiempo,
asistí al
cortejo fúnebre
de la mujer
amputada a las estrellas
desde el
jardín, en mis sueños.
He vuelto
de los
círculos que encierran
el arriba y el
abajo,
desafiando las
esferas
en esta
búsqueda cuántica,
a reclamar el
aroma
sobre un lecho
que no existe.
Tres golpes,
no llega,
cinco golpes,
pasado evanescente,
siete golpes
y no descubro
una forma que la engendre.
A pesar de esta
no memoria
sé que hubo
una caricia
infinita y más
grande que la muralla china.
II
Penélope,
soy Odiseo, lo que queda de
él,
lo que sobrevivió
en las arenas movedizas
de esta nostalgia con
hambruna.
Ahora se para que tejer el
poema,
para volver a Ítaca
y salvarnos de quienes buscan
en tus entrañas
la soledad de una
descendencia.
Son cinco mil años
perdido entre cuerpos tibios,
sintiendo un vacío
carente de toda respuesta,
llorando en la tierra, flores
sin esencia,
buscando una luz que había
olvidado.
Penélope,
levántame del sepulcro
no dejes que acepte ser tan
sólo
el dolor de este espejismo.
Te canto señora de Ítaca,
amante y compañera
con sánscrito que ya no se
escucha
y que tu corazón entiende,
desde mi derrota
abismo de lo que duele
levanto la voz que te busca
y a ratos presiento que
existes.
III
No es el cielo,
ni las estrías de una estrella
que se retuerce en la noche
después de parir un hombre.
La respuesta que no conocemos,
hace que los camellos pasen
por el ojo de una aguja.
No es por la belleza
que nos resistimos a tenernos,
es precisamente por ella
que encendemos cada piedra
donde molemos nuestra harina.
IV
Soplo para que en esta lluvia
de diciembre,
los espíritus te traigan a mi
torso,
como tronco en el que hay
nidos de aves migratorias
e insectos de propiedades
mágicas,
donde sanar el dolor dejado
por rotas despedidas.
Resucitar la loba,
que ha hecho olvido de la
luna.
V
No sé cuánto me odias,
el aire
que escondo en los pulmones
me asfixia en la
incertidumbre;
los días se precipitan en
insomnio,
en gritos no pronunciados.
No te he dicho
que mis manos se rompen
en los domingos de invierno,
que me asusta el sonido de las
sirenas
y que todas las mujeres
que plantaron una bandera
en la cumbre de mi soledad
nunca llegaron a verme,
tan sólo tomaron
un sorbo de ese aire
que escondo por miedo y rabia.
Nunca te he dicho
que dueles,
que duelen tus ojos
que un día me levantaron.
VI
No sabía que los enemigos
invisibles beben café
en la vagina que me diseccionó
sobre una mesa envuelta de
porcelanas,
ni que puede ser tan doloroso
las caricias de la lluvia
cuando te han sacado la piel
para hacer una epifanía
con la cual cubrir
una muñeca que solo ríe.
Como animal herido de muerte,
busco un lugar
donde plantar el dolor,
sin que sepan
aquellos con quienes me odias
que estoy volviendo a la
tierra.
Las contracciones del acabose
son más largas y más
constantes que las del parto.
Quién me sacó los ojos,
por qué ponen gatos negros
sobre las llagas,
por qué la misma melodía
se proyecta delante de mis
palabras.
Están todos atentos
a encerrar mi catalepsia en
una caja.
VII
Hay una parte de mí
que viene a reclamar
funerales
en la bisagra
donde celebraba la liturgia de
todo lo bello,
prolongación obscena
que nunca quise tener,
que con los años crece como un
cáncer,
y transita por las últimas
luciérnagas de la noche.
Todos los años,
después del goce de las
enredaderas y los nardos,
resucita el monstruo
y en mi tumba cerrada por los
seis frentes,
no dejo que entren los
bálsamos o el incienso.
Esa parte, no tiene materia,
furia, membrana o éter,
es un cuello de vidrio negro
que me asfixia
una caverna muda de espejo
donde nadie escucha los
gritos.
VIII
Penélope,
has escuchado mis divagaciones
en el mar,
has visto las veces que caí en
corpiños y vino;
no te pido que olvides
mi frágil humanidad
te exijo que me ames
sobre ella.
He convivido con magas de
cabellos dorados
que inventaron un limbo
en el antiguo puerto de los
dioses,
con panteras de tambores
que levantan la selva con su
ébano,
a pesar de sus mañas vuelvo
ante ti señora
a levantar de mi derrota
los sofismas de las vírgenes
para morir junto a ti,
que es el mayor acto de amor
sobre los vientos.
Bebe mi sangre,
es la misma con la que firme
para entregarte versos de mi
cuerpo,
es la misma con la que
arranque de tus intimidad ese hijo,
que nos ayudará a ver el
futuro.
Bebe, lo más sagrado que puedo
ofrecerte
y prepara el ritual
para enfrentar la eternidad.